Cuando la literatura tiene nombre y poder sobre el silencio puede llamarse Gabo, Gabriel García Márquez o Macondo. El lugar la persona y sus historias pueden formar un todo irresistible para el lector.
Suerte tuvimos los descifradores de tener todo esto. Camino por la soledad, constante de este hombre amante de las rosas amarillas, y por los cien años solitarios que el plasmó con tinta colombiana rozada ligeramente de afán periodístico.
Camino a través de los lugares sencillos en donde habitó él o sus personajes. Deambulo por caminos de desencuentros entre escritores como ese en el que se le escapó un buen puñetazo al rostro de Vargas Llosa.
Camino hacia el Nobel en medio de un entorno dicharachero junto a un Gabriel impresionado, exclamativo, pero tranquilo, no porque pensaba que se lo merecía, sino porque creía que era lo habitual y dar las gracias en su discurso a su maestro William Faulkner lo más normal de la tierra. “Me lo habrán dado, decía, porque han tenido en cuenta la literatura del subcontinente y me han otorgado como una forma de adjudicación de la totalidad de esta literatura».
Camino por el realismo mágico de su escritura entre Barranquilla y Joyce entre Piedra y cielo.
Camino por la realidad imaginada de Gabriel García Márquez que él usaba como herramienta precisa y con una destreza inigualable. Para él los límites entre lo real y lo fantástico es una vaporosa línea que acaba evaporándose.
Camino por amores en años de cólera imaginado, escrito, como él decía: “No hay en mis novelas una sola línea que no esté basada en la realidad”
Camino por las huellas que dejó en Aracataca. Esperando que la crónica de una muerte anunciada no se produzca. Pero sucede y El otoño del patriarca de eleva por encima de las palabras y se hace universal.
Y como un día dijo:“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”
Yo seguiré caminando mis palabras y las suyas para aprender del maestro, porque mi corazón late.