El pasado existe sólo en el testimonio de quienes lo vivieron. Y, si el testigo fue un niño, lo absorbió como una esponja. Si, llegado el tiempo, lo recrea con mucho primor y hondura, tendremos unas buenas memorias. Esto es “Memorial de retaguardia” de D. Juan Alcaide de la Vega.
De aquellas experiencias de hace ya casi ochenta años –que se dice pronto– las hay que son evocación de situaciones o personajes antequeranos curiosos, vivencias del odio fratricida, o recuerdo de los primeros rostros amados.
Todo aquello por lo que quedó marcado el niño Juanito, se encierra en dos: vacunado contra la violencia, e iniciado en el amor. Dos cortes de mangas complementarios: el que hace el adolescente escaldado a los radicalismos ideológicos (que preside la portada) y el que supone que el amor salga por sus fueros en medio de la circunstancia que le tocó vivir (que aquello sí que era crisis).
Pero, esto es a lo que vamos: ¿Qué clase de educación sentimental recibió este niño, que aún le mantiene el alma fresca como una lechuga? Pues, un servidor se lo tiene dicho: hubo un tiempo en que polaridad hombre//mujer era mayor que la de dos medias naranjas, la adición de individuos (tipo: Isabel “y” Fernando), o la de polos magnéticos. Y, era así porque conservaba los atributos del Misterio Sagrado: la de ser, a la vez “Fascinans et Tremendum”, que decían los Padres de la Iglesia.
El atractivo irresistible de lo fascinante… y el estremecimiento de lo inalcanzable. ¡Simultáneamente! ¡Eternamente: Hombre “Y” Mujer! Donde la clave no está en los extremos, sino en la “Y”. La tensión dialéctica jamás resuelta y, por lo mismo, eternamente fascinante. Eternamente dando juego.