En este Evangelio, donde Jesús nos cuenta la parábola de los talentos, nos tiene que hacer recapacitar y pensar cómo estamos administrando los talentos que Dios nos ha regalado. Unos talentos que nos ayudarán a ser felices y a descubrir la felicidad no fuera de nosotros, sino dentro de nuestro interior, en el corazón. Muchas veces nos creemos que por poseer muchas cosas o tener más dinero podemos ser más felices, pero la experiencia nos dice que el dinero no nos da la felicidad, sino el amor que uno es capaz de dar y al mismo tiempo es acogido en el corazón de nuestras personas más queridas.
Si a todas nuestras cualidades o capacidades le ponemos un poquito de amor, podemos ver que todo lo que hagamos tendrá algo especial y ese algo especial será apreciado ante todos los que nos rodean. Todos podemos cantar, aunque cantemos mal, pero el que tiene el talento de cantar podrá transmitir a muchas personas no solamente una letra preciosa, sino también una música preciosa que es capaz de mover masas y agradar a miles de personas.
Jesús nos invita a ser cada día más ricos, más felices, más bellos, más elegantes en el actuar, viviendo de forma distinta, pensando desde la lógica del Evangelio, sacando el bien de lo malo, mirando desde los ojos del corazón, amando, perdonado. Jesús nos llama a aumentar nuestros talentos, no sólo en nuestras familias, sino desde el trabajo, en el día a día, o como San Martín de Porres, creciendo y creciendo hasta el punto de ganarse el cielo gracias a una escoba y con la ayuda de unos cuantos ratoncitos, y todo porque supo amar, viviendo desde el amor, amando a toda la humanidad.