Allí sobre el escenario estaban todos los instrumentos de una orquesta sinfónica. Violines, violas, arpa hasta el violonchelo un tanto triste esperando las manos cálidas de su instrumentista.
Cerca de dos mil personas nos reunimos en torno a esta orquesta que toca, para mi alegría, bandas sonoras de filmes. Emociones intensas que convierte las notas de compositores como Max Steiner, Williams, Zimmer, Howar Shore en magia que te eleva de golpe hacia las estrellas que forjan sueños y que arranca de cuajo las penas y te devuelve la fuerza de los pentagramas de la vida.
En un momento sin tiempo apareció Constantino Martínez-Orts vestido con abrigo largo listo para el extraordinario viaje al cosmos de las corcheas y las fusas.
Regresé al futuro pilotando mi DeLorean particular acompañada por mi marido, mis hijas y mis hijos.
Llegó el momento esperado. Se hizo una pausa y caminé tranquila hasta el gran árbol de la vida de Tara. Tronco sólido y vivo. Cerré los ojos por unos instantes y volví a ver a Scarlett O’Hara rasgando su vida para resurgir de sus lágrimas en los brazos apasionados de Rhett Butler.