Como mi querida cuñada Puri, lo primero que me he comprado para la boda de mi hija María son los zapatos. Bueno miento, lo primero fue el vestido del que no doy explicaciones porque no.
Veamos parece ser que el secreto está en el zapato. “Si usted es la madre de la novia, me dice la chica de la tienda exclusiva de calzado de fiesta y otros menesteres glamurosos, multiplique cualquier otra boda a la que haya ido por tres”. ¡Anda!
Salgo poco convencida de la primera incursión zapateril. Bonitos, pero incómodos. Necesito unos zapatos de 10 centímetros de tacón pero con los que pueda sentirme segura.
Segundo asalto. Devuelvo los primeros con lágrimas en los ojos pues son divinos, pero intuyo rozaduras extremas en los talones y eso duele más. Me pruebo una sugerencia de la dependienta que ya la veo un poco cansada de no acertar con ninguno. Envío WhatsApp a mis hijas, espero. Respuesta rápida es lo que tiene el asunto tecnológico. “Mamá son preciosos, pero ¿estás cómoda? NO. No me siento segura y no es la altura lo que me molesta. Me molestan los dedos todo apelotonados en los peep-toes color? secreto. Suplico: quiero caminar segura, rápida y sin rozaduras por la alfombra roja, o por el salón de baile, ¡please!
Tercera y ¡última! Incursión. Nada de tirar la toalla. Cambio de tienda, de chica que me atiende, de modelo de calzado, pero no de color.
¡Qué delicia! Meto mis pies enguantados en medias finas, en ellos, en los zapatos y casi echo a correr. Diez centímetros alegres, chispeantes de elegancia increíble y ¡cómodos! Por fin. ¡Lo que debió de pasar Cenicienta con aquel cristal rígido en sus menudos pies!
Tengo la agenda llena de realidades maravillosas. El sábado nos toca probar menús y elegir vajillas, manteles, adornos florales… ¡Fantástico! Estoy disfrutando como lo que soy en la boda, la madre de María, la madre de la novia.