Nos ha dicho el alcalde que ha perdido Antequera a un gran antequerano, que pasa a ocupar una de las páginas de los antequeranos ilustres; nos decía Pepe Bouderé –gracias, amigo, por su generosidad–, que era las tres excelencias en una persona… La Abogacía, la Literatura, Antequera, su Academia, la Gastronomía, han perdido a una de sus más grandes figuras.
El mundo local, pierde a un hombre bueno, sencillo, dotado de un sentido del humor envidiable, un hombre de un equilibrio perfecto para capear las circunstancias con estilo singular, mitad generosidad, mitad equidistancia entre la sensatez y la grandeza. En una figura, la marcha de Juan Alcaide no es la de un Antequerano ilustre más, sino la de un antequerano insustituible, que deja huella profunda en su vida y en su obra; un amante de su tierra a la que supo describir en sus rincones y paisajes, en sus personajes ilustres o los más sencillos y humildes, en una mezcla antológica, incomparable llena de poesía y de un humor socarrón, con esa retranca del andaluz profundo que observa, ve, calla y cuando hace falta saca a relucir sus conclusiones. Un hombre que nos cuenta la vida de un antequerano de los años 30 y 40, que vive los horrores de la guerra, suavizados para él por la ingenuidad de los pocos años, y con ellos las carencias de aquellos tiempos, sin odiar a nadie y sí dando rienda suelta a sus ilusiones, a sus amores, a sus pasiones…
Sus hijos, queridos y admirados amigos, María Teresa, Juan Manuel, Ana María, Inmaculada y Luis a los que no dudamos en sumar a esos otros hijos Paco Velasco y Juan Moreno y los demás, que le llegaron de la mano de sus encantadoras hijas y de sus hijos, pierden a ese hombre que queda retratado en la forma de cuidar a su querida esposa, en unos años difíciles en los que quedó reflejada su fe profunda, su caridad, su amor por la esposa, en el mejor ejemplo de esposo, padre y más tarde abuelo. Les queda el consuelo de ver cómo le quería su Antequera, de cómo le admiraban sus paisanos… Todo el mundo, sin excepción habla bien de él; que nadie le reprocha nada, que todos le quieren y le recuerdan como lo que fue, una buena persona, por encima de méritos y excelencias, esa bondad que emanaba de su figura bonachona y simpática, entrañable y amable…
Pero, ¡ay!, nuestro periódico también queda huérfano no ya de un colaborador excepcional, cuyos primeros escritos en la prensa salieron a la luz en nuestro “Sol”, dedicados a Santa Eufemia, sino el auxilio en cualquier apuro, el empujón para soportar los reveses que incomprensiones y desaires nos traían, el consejo para salvar situaciones delicadas, el hombre generoso que nos felicitaba por alguna publicación, además del autor que daba brillo a nuestras páginas con sus deliciosas colaboraciones, el director que condujo nuestra nave con pulso firme en años difíciles…
Síguenos ayudando desde el Cielo, Juanito, en uno de los altos de la tertulia que forméis don José Antonio, José María González, Parejo, José María Fernández, Muñoz Burgos y tanta buena gente que conociste y te admiró…