viernes 22 noviembre 2024
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“El Sol” se queda huérfano: se nos fue Juan Alcaide

Nos ha dicho el alcalde que ha perdido Antequera a un gran antequerano, que pasa a ocupar una de las páginas de los antequeranos ilustres; nos decía Pepe Bouderé –gracias, amigo, por su generosidad–, que era las tres excelencias en una persona… La Abogacía, la Literatura, Antequera, su Academia, la Gastronomía, han perdido a una de sus más grandes figuras.
 
El mundo local, pierde a un hombre bueno, sencillo, dotado de un sentido del humor envidiable, un hombre de un equilibrio perfecto para capear las circunstancias con estilo singular, mitad generosidad, mitad equidistancia entre la sensatez y la grandeza. En una figura, la marcha de Juan Alcaide no es la de un Antequerano ilustre más, sino la de un antequerano insustituible, que deja huella profunda en su vida y en su obra; un amante de su tierra a la que supo describir en sus rincones y paisajes, en sus personajes ilustres o los más sencillos y humildes, en una mezcla antológica, incomparable llena de poesía y de un humor socarrón, con esa retranca del andaluz profundo que observa, ve, calla y cuando hace falta saca a relucir sus conclusiones. Un hombre que nos cuenta la vida de un antequerano de los años 30 y 40, que vive los horrores de la guerra, suavizados para él por la ingenuidad de los pocos años, y con ellos las carencias de aquellos tiempos, sin odiar a nadie y sí dando rienda suelta a sus ilusiones, a sus amores, a sus pasiones…
 
Sus hijos, queridos y admirados amigos, María Teresa, Juan Manuel, Ana María, Inmaculada y Luis a los que no dudamos en sumar a esos otros hijos Paco Velasco y Juan Moreno y los demás, que le llegaron de la mano de sus encantadoras hijas y de sus hijos, pierden a ese hombre que queda retratado en la forma de cuidar a su querida esposa, en unos años difíciles en los que quedó reflejada su fe profunda, su caridad, su amor por la esposa, en el mejor ejemplo de esposo, padre y más tarde abuelo. Les queda el consuelo de ver cómo le quería su Antequera, de cómo le admiraban sus paisanos… Todo el mundo, sin excepción habla bien de él; que nadie le reprocha nada, que todos le quieren y le recuerdan como lo que fue, una buena persona, por encima de méritos y excelencias, esa bondad que emanaba de su figura bonachona y simpática, entrañable y amable…
 
Pero, ¡ay!, nuestro periódico también queda huérfano no ya de un colaborador excepcional, cuyos primeros escritos en la prensa salieron a la luz en nuestro “Sol”, dedicados a Santa Eufemia, sino el auxilio en cualquier apuro, el empujón para soportar los reveses que incomprensiones y desaires nos traían, el consejo para salvar situaciones delicadas, el hombre generoso que nos felicitaba por alguna publicación, además del autor que daba brillo a nuestras páginas con sus deliciosas colaboraciones, el director que condujo nuestra nave con pulso firme en años difíciles…
 
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