Hay un arte desde que la memoria de los tiempos siempre se está actualizando, y es el arte de no decir la verdad.
En una época de crisis, porque por mucho que lo repitan la crisis continúa, y la población no es tonta.
Pienso que la crisis más intensa y extensa es la de los valores, es decir, crisis de sentido,y es en este momento cuando con más fuerza emergen las estrategias de fingimiento, de teatro malo, de actuaciones macarrónicas ante un público de muchos millones que asistimos perplejos a un obra de teatro en la que no sólo hemos pagado la entrada para verla, con nuestros votos, si no que una vez que comenzó la función hace más de tres años, nos han ninguneado, engañado y robado hasta las pestañas. Vamos a salir como nuestra madre nos echó al mundo de esta esperpéntica representación.
Miren donde miren, sea el mundo de las relaciones laborales, afectivas, sociales, humanas, familiares, nuestros gobernantes están muy faltos de muchos ingredientes, se han olvidado de la ética o de la dignidad. Tienen que sobrevivir en la sociedad gubernativa y esto según sociólogos y estudiosos varios, se consigue trepando por encima de vidas normales, nosotros, y flirtear con la mentira con mayúsculas y sus símbolos.
En estas circunstancias no ganan los que se creen más inteligentes o los más fuertes no, aquí en esta pelea de ratas, ganan los maquiavélicos y los trepas, políticamente hablando.
Así que adelante los cálculos, el sigilo, las palabras que no dicen nada, pero hablan mucho a ver si consiguen llevarnos a la idiotez.
Cinismo elevado a la máxima potencia. Aquí el engaño, la apariencia y el simulacro son las figuras centrales sobre las que se levantan las ideologías de nuestros gobernantes.
¡Uf! Yo me voy a Grecia. ¡Quiero ver como gana Syriza!