Creía Rajoy, que su sangre gorda no lo iba a delatar pero lo hizo. Lucía Méndez, gran periodista, decía que a Rajoy “se le subió la sangre a la cabeza”. Bien, pues yo afirmaría, que se le alteró el cerebro el cerebelo y el bulbo raquídeo.
Un presidente de gobierno no puede perder los papeles. Ya sé, es humano pero presidente de un país, del mío y necesito que no le tiemble el pulso, expresión repetida a diestro y siniestro por toda la casta y parte del extranjero. Si por dentro estás que ardes, ante la galería tienes que estar sereno. Frío pero no helado, cercano pero no borde, inteligente pero no superior, en fin sé que no es fácil. Luego, cuando llegues a tu casa, rompes varias sillas o el ordenador en un ejercicio de terapia de destrucción, tan extendida por EEUU y te desahogas.
Mi madre me enseñó a tener la mente fría en las negociaciones, ella era “the best bussineswoman” que he conocido y que conoceré.
Fui buena alumna, es más sigo ejercitándome y les puedo decir, que en frentes diferentes de mi vida, he usado lo aprendido y he salido victoriosa. ¿Casualidad? Tal vez, pero cuando ves que las estrategias que usas te dan resultado yo lo llamaría trabajo duro, ensayo y seguridad.
No, no es fácil llegar a estos parámetros por eso hay que prepararse.
Un presidente de gobierno tiene que ser muy próvido ante todo. Los aplausos de los suyos pueden volverlo blando o hacerlo caer en la autocomplacencia y esto es muy peligroso para quien lleva o cree llevar los mandos del panel de control de una nación.
Se cabreó Rajoy humano, al fin y no divino. La bancada suya se quedó perpleja, no lo reconocían.
Pedro Sánchez hurgó en la herida y como vio que ese era el camino, continuó. Bárcenas y más Bárcenas?
“No vuelva usted por aquí”. ¿Y quién es Rajoy para decir esto?
Lástima, era el ultimo “face to face” de la Nación de la legislatura.