Los medios airean con frecuencia sanciones a profesores que “castigan” a sus alumnos, ante situaciones violentas de éstos. El colmo está en ese padre sancionado por dar “un bofetón” a su hijo, ante un mal comportamiento de éste. Lo que no dicen tanto medios es el millar largo de profesores agredidos, física o moralmente por algunos alumnos, o los padres que tiene que “cargar” con comportamientos anómalos de sus hijos y les temen literalmente.
No se trata, en este último caso, de que los hijos –algunos, no todos por fortuna— campen a sus anchas con acciones egoístas y sin pensar en sus consecuencias, sin tener en cuenta a los padres, sin querer que medien en nada, incluso teniendo hijos y dejarlos casi en la puerta de casa de los padres para que sean ellos quienes “carguen” con el regalo que en casi todos los casos es para ellos, para los padres, una bendición del cielo… y le acogen con gusto por ser “carne de sus carnes”…
Son situaciones como las horas de salir, de volver a casa, de colaborar en las tareas hogareñas, de no limitarse a recoger la comida diaria, sin ayudar en ningún sentido, mientras se guardan sus sueldecitos, mayores o menores, en clara lección de egoísmo.
La juventud de hoy, en muchos casos, no en todos, ha crecido en una especie de jauja, donde los padres tienen todas las obligaciones –amorosas en muchísimos casos para los padres—y pocos derechos. Y eso, en los hogares, en los colegios y no digamos en las Universidades, donde se pasa de curso sin aprobar, sin tener en cuenta quién paga las Universidades, con becas o sin éstas.
Esto no pasaba antes, donde por moral, por educación, un profesor era alguien no sólo respetado, sino querido; y los padres, algo adorado, querido, valorado en lo que daban. Prevalecía lo del “arbolito, desde chico, derechito se cría” o, un poco más fuerte “una lección a tiempo ahorra muchos disgustos”.
Hoy, quienes manejan estas cosas, han fomentado algo que ha pasado a otro viejo dicho, “confundir la libertad con el libertinaje”, rompiendo los lazos tradiciones, filiales, de los padres con los hijos, de los profesores con sus alumnos… Resultado: un niño de 13 años coge una ballesta y se carga a un profesor y amedrenta a todo un centro docente. Quien quería ese caos, estará frotándose las manos.
Y vamos con otros casos. Deja usted de pagar un plazo del IBI, de IVA, y le embargan nóminas, le amenazan con sus propiedades… Roba usted millones –casos Rato, “eres”, y toda la sarta que surgen por todos sitios, es decir sin ser exclusiva de nadie– y venga dar plazos, venga declaraciones, venga preguntar, sin que nadie se atreva a intervenir las cuentas de esos canallas (presuntos, por supuesto, no sea que…) y sacarles hasta la médula, que eso si que remediaría problemas, y no las decenas de euros de los plazos que antes decíamos de cualquier padre de familia, pequeño industrial o comerciante.
Evidentemente algo falla y como no se corte, a ver quién para esto dentro de unos años…