Un sacerdote estaba celebrando la Santa Misa. A la derecha del altar había una imagen de la Santísima Virgen. Cuando iba a comenzar la homilía entró en la iglesia una mujer. Ajena a todo lo que sucedía a su alrededor caminó hacia la capilla de la Virgen. Todos los que estaban allí escuchaban cómo iba diciéndole en voz alta a la Virgen: “¡Madre, que se me muere mi hija! ¡Madre, que se me muere mi hija!”.
Llegó hasta donde estaba la Virgen y seguía rezando: “¡Madre, que se me muere mi hija! ¡Madre, que se me muere mi hija!”. Estuvo un breve momento repitiendo su oración y luego salió. Los que estaban en la iglesia vieron y escucharon todo en silencio. El sacerdote no predicó ninguna homilía y siguió la Misa con el rezo del Credo. Aquella mujer había predicado la mejor homilía con su amor y confianza en María Santísima.
¿Quieres que te cuente un secreto? El secreto. Miro a la gente y a veces me parece que casi nadie conoce este secreto. Tú, a lo mejor, lo conoces. El secreto para estar muy cerca de Dios y ser muy feliz: María.
En este mes de mayo –y en cualquier mes del año– podemos acercarnos a Ella y poner a sus pies, en sus manos y en su corazón todas nuestras preocupaciones, tristezas y alegrías. Podemos pedirle que cuide de todas las personas a las que amamos.
¡Virgen Santísima, cuida a mi esposa! ¡Virgen Santísima, cuida a mi esposo! ¡Virgen Santísima, cuida a mi hijo! ¡Virgen Santísima, cuida a mi hija! ¡Virgen Santísima, cuida a mi padre! ¡Virgen Santísima, cuida a mi madre! ¡Virgen Santísima, cuida a los cristianos perseguidos! ¡Virgen Santísima, cuida al Papa Francisco! ¡Virgen Santísima, cuida a nuestro Obispo Jesús!
Ponernos a rezar a los pies de la Virgen es hacernos a nosotros mismos un favor de alcance incalculable. Seguro que será el medio del que Dios se sirva para cambiar nuestra vida.
¡Cuánta gente ha vuelto a Dios por ese camino! Madre mía, aquí estoy, ayúdame a quererte. El encuentro con María nunca nos deja en el mismo sitio: nos eleva y nos mejora.
Es durante el rezo del Santo Rosario cuando la Santísima Virgen se aparece a Santa Bernardette Soubirous en Lourdes. Y reza el Rosario con ella. Bernardette nos cuenta lo que sucedió: “Al levantar la cabeza mirando a la gruta vi a una Señora toda vestida de blanco, con un cinturón azul y en cada pie una rosa amarilla del color de la cadena de su Rosario; las cuentas de éste eran blancas. Entonces metí la mano en el bolsillo y saqué el Rosario. La Señora tomó el Rosario que tenía entre sus manos e hizo la señal de la cruz. Me arrodillé y recé el Rosario en presencia de la hermosa Señora. Ella pasaba las cuentas de su Rosario entre sus dedos”.
Dos personas que se quieren se dicen cosas parecidas a esta: “¿Me quieres? ¡Te quiero! ¡Dímelo otra vez!”. Cuando nuestra Madre Santa María nos pregunta si la amamos le podemos decir: “Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Y quizá Ella nos responde: “¡Dímelo otra vez!”.
El Papa Francisco agradece todo lo que rezamos por él. Y a la Santísima Virgen le pide una Bendición para cada uno de nosotros: “Sé que están rezando. Gracias por las oraciones, las necesito mucho. Gracias por haberse reunido a rezar. ¡Es tan lindo rezar! Porque es mirar hacia el cielo, mirar a nuestro corazón y saber que tenemos un Padre Bueno, que es Dios. ¡Gracias por eso!”.
“Y que la Virgen los bendiga mucho, que Ella, como Madre, los cuide, y por favor, no se olviden de este obispo, que está lejos, pero los quiere mucho: recen por mí”.
padre José María Valero