El tema central de la liturgia de este domingo XVIII del Tiempo Ordinario, vuelve a ser de una extrema actualidad para nosotros los hombres del siglo XXI. Entre los muchos problemas que nos preocupan severamente, se encuentra el de alimentarnos. Casi todos los problemas los perdonamos y olvidamos mientras tenemos llena la tripa.
Por eso estoy en la seguridad de poder afirmar, que también nosotros nos preocupamos del pan de cada día. Y es necesario que nos preocupemos de ello, para poder vivir nosotros y nuestras familias. Pero en esta preocupación y hasta nuestra angustia por lo material, existe el peligro de que nos olvidemos de las cosas más importantes de nuestra vida.
Todos conocemos la palabra de Jesús: “El hombre no vive sólo de pan” (coincide esta expresión con la primera tentación de Jesús). Por eso, Jesús en el Evangelio de hoy nos pide: “Trabajad no por el alimento que se termina, sino por el alimento que perdura y da vida eterna.
Con ello, Jesús nos invita a poner mayor atención en su persona. Él es el verdadero Pan, necesario y vivificante. Él es el pan de amor, de bondad, de perdón, de vida… Alimentarse de este pan es: acercarse a Él, encontrarse con Él, buscarlo a Él. Jesús sabe de nuestros problemas, de nuestras necesidades materiales. Por eso nos invita a poner toda nuestra confianza en Él, en su Persona, en su gran Amor por nosotros. Él está con nosotros, está presente en nuestra vida en cada momento, hoy y también mañana.
Contemos cada día con Él ¡Preocupémonos de Él y entonces veremos como Él se preocupa de nosotros y de nuestras necesidades! Es por eso que nos dice: “Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura”. El lugar para encontrarse con el Señor es la Iglesia: Ella es la comunidad de los que creen en Jesús, de los que ponen toda su confianza en Él, de los que quieren parecerse a Él, de los que quieren darse a Él.
La Iglesia se realiza, sobre todo, en la celebración eucarística. Porque la Iglesia vive y se alimenta de este pan sobrenatural, que es Cristo mismo. La Eucaristía es el centro de toda la vida de la Iglesia, de todo su ser y actuar. En cada comunión, Jesús se nos ofrece de nuevo, para que tengamos su vida y su gracia en abundancia: “Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Y La Virgen María, el amor a Ella, es el camino más fácil, más corto, más seguro y más fecundo para llegar a Jesucristo”. Muchos sabemos y sentimos que María es realmente el “meollo” de Cristo, el “anzuelo” de su Hijo. Nuestra historia personal y comunitaria con la Virgen es una historia de acercarnos más a Él, de entregarnos más decididamente a Él, de buscar y encontrar en Él las raíces de nuestro ser para siempre.
Y La Virgen María, el amor a Ella, es el camino más fácil, más corto, más seguro y más fecundo para llegar a Jesucristo”. Muchos sabemos y sentimos que María es realmente el “meollo” de Cristo…
Queridos amigos, la liturgia de hoy nos invitan a examinar nuestra intimidad y nuestro amor a Jesús: ¿Amamos realmente a la Iglesia, la familia de Jesús y nos sentimos acogidos en ella? ¿Nuestro amor y entrega a la Virgen nos hace también acercarnos a su hijo Jesucristo y arraigarnos en su corazón divino? … dejemos unos instantes que la palabra de Dios entre en nuestros corazones, meditemos como María día y noche en la presencia del señor. Solo así podremos anteponer las cosas de Dios, a las cosas materiales que tanto nos preocupan.
padre carmelita Antonio Jiménez López