Siento que me hundo, que mi boca toca tierra húmeda, arena de otras tierras. El aire ha huído, no entra en los pulmones y no puedo respirar. Sólo recuerdo que hace días oía la voz de mi hermano mayor, de mi madre y de mi padre.
Siento a mi oso de peluche pegado a mí, es suave y sonríe. Nos hacen una foto. No sé que voy a ser famoso a mis tres años. No se lo digáis a nadie pero este juguete es mi mejor amigo. Si lo contáis en el cole se reirán de mí cuando se acabe la guerra, y mi hermano mayor se lo pasará de miedo con sus amigos mayores. A él también lo quiero. Juego con él mucho, pero ahora tampoco lo siento a mi lado. “Mamá tengo frío”. Ella tampoco me oye. Parece que mi madre está lejos y no puede abrazarme o traerme una mantita que dé calor a mi cuerpo pequeño.
Hace un rato yo iba en un barco de goma de la mano de mi padre y ahora estoy en una fotografía que da la vuelta al mundo. Yo sólo quería seguir jugando en una isla.
Pero…
Esta vez el mar inmenso de tus ilusiones, se convirtió en un amigo traicionero, se transformó en una ola gigantesca en forma de bruja nariguda. Pero no temas Aylan, las pequeñas estrellas que veías todas las noches, son especiales y sabrán abrigarte con su luz. Nunca más tendrás frío ni tú ni tus botas prodigiosas, ni tu oso de peluche cuyo nombre desconozco, pero Aylan, estoy segura que lo guardarás para siempre en tu corazón sonriente, o en tus bolsillos llenos de viento divertido, de caramelos saboreados, de las sonrisas de otros niños rodeados de sueños eternos y juguetes.
Es el destino de los cuerpos celestes: ser inalcanzables, frágiles, etéreos y muy misteriosos, como tú Aylan.