AZUL METALIZADO. No me gusta el color, siempre lo he notado frío. Posiblemente mi inconsciente me lleve a los concesionarios que estoy visitando estos días: Me quiero comprar un coche.
Fue poner un pie en el primero, estoy enamorada de un Audi lo confieso, y los tengo pegados al teléfono ofreciéndome maravillas. Hoy, sin ir más lejos me regalan dos altavoces más en la parte trasera, que, según Amelia una de las comerciales, “me harán sentir como si estuviera en una disco”. Miren no sé qué pensar, pues cuando compro un coche cosa que no ocurre todos los días amén de que me guste su porte, lo primero que hago es comprobar todos los argumentos de seguridad que me venden.
Cuando quiero música a tope me voy a la disco, me pongo los auriculares o me paso una Noche Vieja en un hotel y ya me entero de lo que son los decibelios.
Reconozco que cuando conduzco llevo música algunas veces, pero cuando tengo que pasar las rotondas criminales de algunos pueblos o ciudades, quiero ausencia total de ruidos en cabina. Me concentro. Si estoy aparcando, me concentro, cuando salgo de la universidad a hora punta, ni les cuento. Luego, acabo de darme cuenta, percibo, que en el coche y por Málaga, la música no me acompaña demasiado.
Me gusta el sonido ambiente o el silencio del rocío mañanero durante mis caminatas.
GRIS PHANTON. Lo que siento es un cálido blanco tul en el panorama. Las hojas caen en colores inimaginables. Mi teléfono las tutela pero no me las describe. Mi retina es la fiel guardiana de mis sentimientos ante la belleza.
Me gusta el verano, pero me gusta escribir en otoño, con esos colores imposibles pegados en mis brazos. Adoro recordar los otoños de mi infancia impregnados aún por el olor a punta de lápiz, a goma de borrar a zapatos nuevos, a colegio, a amigas, a coletas casi deshechas de las que brotaban rizos imperfectos pero míos, a risas traviesas y charlatanas. No sé, mi nuevo coche me inspira y esto no incrementa su valor en euros.
Fantásticas aquellas cosas en las que el dinero se queda sin valor.
