La tarotista da la vuelta al único naipe por descubrir, el más importante, ya que revelará el desenlace de todas las cuestiones que preocupan al hombre que está frente a ella. Muestra la figura de un esqueleto haciendo uso de una guadaña para cosechar la escasa hierba de un campo negro; en él hay sembradas cabezas, brazos y pies humanos. ¡La muerte!, exclama el consultante echándose hacia atrás como si aquella imagen fuera un animal peligroso a punto de atacarle. Ella le aclara que esa carta no significa muerte física, las predicciones que se le atribuyen son las de un drástico e inesperado cambio en la vida, borrón y cuenta nueva que da paso a un estado diferente. Teniendo en cuenta los frustrados intentos de él por encontrar a la mujer de sus sueños y la preocupación por un nuevo ascenso en el trabajo, el esqueleto es la señal que tanto buscaba. Algo por fin confirma lo que su intuición le susurra al oído cada día, el momento de abandonar la mediocridad que le rodea está cerca. Casi puede tocar con la punta de los dedos ese éxito tan ansiado.
Paga a la mujer 100 euros por la consulta, la tercera en lo que va de mes, saliendo después a la calle aliviado y con la cabeza alta, despejada de preocupaciones. Camina decidido, orgulloso de saber cuáles son las cartas que la vida le tiene reservadas, la seguridad y fuerza de sus pasos le conducen hacía su nuevo destino: el hueco de una enorme alcantarilla sin tapa.
