A veces me da por buscarla. A veces, miro los rostros de mujeres con las que me cruzo por si son ella. Yo sé que no, pero me obligo a asegurarme, sabiendo que, al confirmarlo, será como perderla de nuevo. A veces la busco en un vaso, dejando su puerta entreabierta primero y destrozándola después, no vaya a ser que pase por aquí y no la vea.
A veces intento encontrarla en lo que escribo, pero tampoco está ahí. Me vuelvo torpe, viejo. Le sangraba la boca.
Lo intuí durante toda la conversación, pero lo supe cuando me besó, si se puede llamar beso a agarrarte con los dientes a un clavo ardiendo.
No sé si era por las cosas que callaba o por alguna cicatriz que no cerraba, pero la boca le sangraba. Me abrazó tan fuerte que me impedía respirar, susurró como si se le estuviera gastando la voz y tosió como si se le apagara la vida.
Al final fue aún menos, porque ninguno sobrevivimos a aquella noche.
Se fue, fracasando en su intento de disimular su pena y yo supe que nada podría hacer para que se quedase: Se había encontrado por primera vez después de años buscándose y ahora estaba aterrada, era tan conmovedor que no podía robarle su decisión.
Preguntó si quería que regresara y le mentí diciendo que no, sonrió como si fuera justo lo que ansiaba oír, y contestó que volvería. Y aquí estoy intentando juntar letras para volver a recordarla, aunque siga torpe, viejo y cansado.
