domingo 24 noviembre 2024
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El nombre de Dios es Misericordia

“El nombre de Dios es misericordia”. Éste es el título del libro en el que el Papa Francisco responde las preguntas de un periodista. En este libro el Santo Padre habla de muchas cosas. Pero hoy quería fijarme en cómo habla de los confesionarios. Sí, de los confesionarios.

Nos recuerda que un sacerdote cuando está en el confesionario “se convierte en instrumento de la misericordia de Dios. Actúa ‘in persona Christi’”. Esto es muy hermoso. El sacerdote es un pecador igual que los demás. Pero en ese momento en que escuchamos las palabras “Yo te absuelvo de tus pecados” es Dios mismo el que nos lo dice. Por eso cuando salimos del confesonario sabemos que nuestros pecados están perdonados. De ahí viene la inmensa alegría que experimentamos al confesarnos.
 
Confesarse con un sacerdote no nos quita madurez ni personalidad. Todo lo contrario: nos hace ser auténticos y descubrir la realidad de nuestra vida sin engañarnos. Así lo explica el Papa: “Es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús. Es una manera de ser concretos y auténticos: estar frente a la realidad mirando a otra persona y no a uno mismo reflejado en un espejo”
Podemos hablar con el Señor y pedirle perdón enseguida por nuestros pecados. Pero acudir al confesonario es importante.
 
El confesionario es un “lugar divino”. Ahí es donde el Señor me hace llegar su Gracia. El Papa Francisco nos dice: “Es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en ese momento es el trámite de la Gracia que me llega y me cura”.
 
No sólo el Papa Francisco nos habla del confesionario. San Juan Pablo II también nos recordaba: “No hablan de la severidad de Dios los confesionarios esparcidos por el mundo, en los cuales los hombres manifiestan los propios pecados, sino más bien de su Bondad misericordiosa. Y cuantos se acercan al confesionario, a veces después de muchos años y con el peso de pecados graves, en el momento de alejarse de él, encuentran el alivio deseado; encuentran la alegría y la serenidad de la conciencia, que fuera de la Confesión no podrán encontrar en otra parte”.
 
El Santo Padre nos dice en este libro que acudir al confesionario no es un gesto vacío y sin sentido. No es algo superficial sino que manifiesta la sinceridad de nuestros deseos de ser mejores personas: “Está también la importancia del gesto. El solo hecho de que una persona vaya al confesionario indica que ya hay un inicio de arrepentimiento, aunque no sea consciente. Si no hubiera existido ese movimiento inicial, la persona no hubiera ido. Que esté allí puede evidenciar el deseo de un cambio. La palabra es importante, explicita el gesto. Pero el propio gesto es importante”.
 
En la Confesión no hay represión, ni manipulación, ni control. Nos recuerda aquellas palabras que el mismo Jesucristo les dirigió a los primeros sacerdotes: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. En un confesionario descubrimos la Bondad infinita de Dios. Podemos atender confiados y sin miedo los consejos del Papa: “¿Qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión? Que piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa. Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios”.
 
Es fácil encontrar en internet la fotografía del Papa Francisco arrodillado en un confesionario pidiendo perdón a Dios por sus pecados. Él siempre va por delante dándonos buen ejemplo con su vida. En una celebración en la Basílica de San Pedro, antes de sentarse a escuchar confesiones, se dirigió a un confesionario y allí se confesó.
 
Me impresionó cómo una persona relataba su Confesión después de mucho tiempo sin acudir a este Sacramento: “Me acerqué al confesionario. Me arrodillé. (…) No tuve tiempo de experimentar cuán aliviado estaba cuando salí. Desde ese día, he amado los confesionarios”.
 
padre José María Valero 
 
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