El corazón de Dios está desgarrado. Roto. Sangra por tus heridas y las mías. ¡Qué razón tenía el cardenal Ravasi cuando afirmaba: «Vivir sin amar, es una desgracia; pero vivir sin ser amado, es una tragedia»! Tragedia que viven tantos hermanos a nuestro lado que se «desangran» por la soledad o el desamor y deambulan «muertos por nuestras calles”.
Nuestro corazón se va «desangrando» cuando nos sentimos engañados, utilizados, manejados, ninguneados… Cuando hemos experimentado, de una forma u otra, algún fracaso, frustración, caída… Cuando nos sentimos angustiados, abatidos, decepcionados… Cuando todos nos niegan «el pan y la sal» o se nos cierran todas las puertas. Cuando una enfermedad o un contratiempo inesperado desbaratan todos nuestros planes o proyectos. ¿Quién podrá sanar nuestro corazón herido? ¿Quién podrá aliviar tanto dolor? ¿Quién podrá hacer nuevas todas las cosas?
Con total humildad, pero con la misma convicción, os confieso que Dios ha sido el único que realmente ha logrado curar, liberar, aliviar… mi corazón tantas veces lastimado. Ahora tenemos una oportunidad de gracia: «clicar» y «formatear» nuestro corazón, borrando todo aquello que lo ha dañado. Dios perdona todas nuestras deudas, de forma gratuita. Podemos comenzar siempre de nuevo.
¡Qué grande el Papa Francisco que, con esas entrañas de madre que le caracterizan, ofrece a toda la humanidad un año de GRACIA, de amnistía, de perdón…! ¿Qué tenemos que hacer nosotros en el Arciprestazgo de Antequera? Impulsar, como sugiere el Papa Francisco, la «revolución de la ternura». Esta revolución se llama MISERICORDIA que, como podéis imaginar, va más allá del «buenismo», del voluntarismo, incluso de la misma justicia.
El Señor nos invita a ¡querernos como somos! Pero, sobre todo, nos pide que ¡nos dejemos querer, curar, perdonar, abrazar… por Dios! Que nos fundamos en sus brazos, escuchemos el latido de su corazón de Padre–Madre que te ama sin porqués ni paraqués. El peor pecado, todos tenemos experiencia de ello, es negarnos al amor, vivir anclados en nuestro orgullo y prepotencia.
No es el poder ni la violencia los que liberan al ser humano, sino el amor, la ternura, la compasión, la humildad… virtudes que, en absoluto, adornan a las personas más débiles sino a las almas de los más fuertes, de los que no necesitan matar o silenciar al que es distinto, de los que no amordazan al rival, ni maltratan al más débil para sentirse importantes…
Al mundo no lo salvan los crucificadores sino los crucificados. La misericordia se constituye entonces en fuente de alegría, de serenidad, de paz interior, de libertad, de plenitud de sentido, de felicidad… Dios no sólo sufre contigo ni como tú, sino que asume todas tus llagas, dolores, preocupaciones… ¡Bendito intercambio! Traspasar la puerta de la misericordia es experimentar que todavía queda Alguien que te quiere por lo que eres, que te hace experimentar su abrazo a través del SACRAMENTO DEL PERDÓN.
No nos autoengañemos: todos necesitamos del signo sacramental del perdón (confesión) que nos devuelva la dignidad de hijos. Traspasar la puerta de la misericordia es experimentar cómo Dios asume tus heridas, tus fracasos, tus pecados… pero te constituye, al mismo tiempo, en bálsamo para los demás, en cirineo de otros crucificados que cargan con cruces injustas o insoportables. Te convierte, nada menos, que en otro Cristo… para que nadie se pierda. Y lleguen al conocimiento de la Verdad.
No sé vosotros, pero vuestro Arcipreste y los sacerdotes de Antequera, quieren hacer un signo que desvele la misericordia del Padre a través de su pobre mediación: «peinar» todos y cada uno de los barrios de nuestra ciudad visitando a los enfermos y ancianos que se hallan perdidos y abandonados. Urjo encarecidamente a cada parroquia, a cada grupo apostólico, movimiento, cofradía, comunidad religiosa o monasterio, que elijan también su signo a través del cual nuestra ciudad visibilice que Dios verdaderamente ama a su pueblo. Nos unimos al gesto Diocesano que promueve Cáritas Diocesana “Calor y café” que pretende dotar a Málaga un centro para los que viven en la calle puedan encontrar un lugar donde tomar algo de comida caliente y poder asearse. Es un gesto al que todos nos hemos de unir.
Son muchas las parroquias de otras ciudades y pueblos la que están viniendo a Antequera a pasar por la puerta de la Misericordia de la Real Colegiata de San Sebastián y así ganar la Indulgencia del año Jubilar. Que el Señor nos bendiga copiosamente en este año de Gracia y Misericordia.
padre Antonio Fernández, arcipreste de Antequera