Faltan pocas horas para que el acuerdo o desacuerdo cobre visos de realidad. Viene turbio y vociferado por el silencio de Sánchez y Junquera, presumible con dineros rebajados para este último, y los elevados tonos, casi insultantes, entre Iglesias y Rivera. No parecen estar ninguno en su mejor momento y, aunque encabezan los grupos aspirantes a progresistas, este calificativo sí que lo hemos oído hasta la saciedad, puede haber estancamiento en las concesiones de cada cual.
En la línea de salida se encuentran los negociadores, seis por grupo, debidamente entrenados y con capacidades de control y perspicacia para no dar el puñetazo sobre la mesa antes de lo debido. La máxima es formar gobierno, aún a riesgo de ceder un poco más y Sánchez lo sabe, pero su prioridad no son las líneas rojas que le marca su partido, perdón, sus barones. Se ve venir que la militancia aprobará lo que haga para que ocupe la presidencia. Su meta es echar a Rajoy, y volviendo la vista atrás, parece una promesa que se hizo a sí mismo el día que insultó a Rajoy en el debate electoral previo a la elecciones.
Unirse para poner al gobierno ante el Constitucional por la falta de presencia explicativa de sus ministros, puede parecer sencillo y coherente con lo que predican. Pero echar a andar una legislatura con tantas sensibilidades y puntos de vista diferentes, no es cosa baladí. Y como dice el refrán castellano, más de dos son multitud y las grandes coaliciones que se gestan en los despachos, no suelen guardar la misma sintonía en la realidad.
El caso de Europa con los refugiados es un ejemplo de mal advenimiento y lleva la firma de los veintiocho estados miembros. Hay muchas repatriaciones en caliente con una frialdad absoluta, paquistaníes en huelga de hambre, niños sin las atenciones debidas y la incredulidad y desconcierto de cuantos llegan a la isla griega. Pero también muchos asilos solicitados en distintos países y apenas se mencionan. Poner de acuerdo a muchos para resolver problemas, nunca es tarea fácil.
Distinto es para un espectáculo. Quizá por eso el Papa Francisco es tan amigo del fútbol, cree que el balón podría ser símbolo de unidad, esa que tanto necesitamos y por la que todos deberíamos luchar.