Son de marca conocida pero llegan con cuentagotas porque el fabricante anda dudando entre cerrar o salir pitando de Mataró. Hasta ahí llega la política, aclara el vendedor. Y el otro, lo mismo: su colegio no va a tener piscina cubierta “hasta que se aclare la cosa” y se garantice la continuidad del concierto. Así que, a esperar.
Y el país esperando a que “ellos” terminen por ponerse o no de acuerdo. Porque los que nos representan (nuestros mandados) nos hacen asistir a su representación. Asistir, es la palabra. Y ellos, con su autorreferencia. Y, la representación, una pesadez. Y la tele un escenario. Y las caritas que ponen son de estar ante las cámaras. Y los charnegos unos pesados. Y el niño ese de las gafas no me gusta, como no me gustaba mi delegado de curso cuando el PREU, que era un “enterao”. Tampoco es que uno sea muy vocacionalmente democrático, lo confiesa; salvo que es lo menos malo, y qué remedio. Pero sigo diciendo que ese niño no me gusta.
Tampoco me gustaban aquellos políticos del bigotillo y la retórica de los luceros, y los libros de política, pero era una maría que nadie tomaba en serio. Pero había chistes de Franco y nos reíamos; también es verdad que teníamos veinte años. Curiosamente éstos son menos de chistes. Tampoco me gusta el Kichi porque no ha dado un palo al agua y aún así parece no tener mala conciencia, lo cual es absolutamente envidiable.
“España me duele” decía el otro; pero, a pesar de las manos blancas y de toda esa patulea ¿Cómo dolerá Siria y su delicado milenario equilibrio de convivencia hecho añicos? ¿Y Libia, o Irak? Por eso. Así que vámonos poco a poco; pero que conste que ese niño del jersey no me gusta un pelo.