viernes 22 noviembre 2024

Hundimiento

Las cosas para Elena no habían resultado sencillas. Semanas atrás, estuvo a punto de perder el crucero por aquella pelea tonta con Walter. No podía creer cómo, un asunto banal y cotidiano, podía afectar a una actividad planificada con la anticipación adecuada y en la que habían invertido, además de tiempo, el dinero que ahorraban. 

No era mucho, pensó mientras ambos corrían por el puerto a la velocidad que el peso de sus maletas permitía, pero pensar que se podía haber esfumado así,sin más, le dejaba un sabor de boca extraño. Al final, Walter aceptó a regañadientes que ella se llevara el bikini negro al viaje y la discusión acabó.

Todo era tan difícil, se lo decía repetidas veces con amargura y frustración cada vez que sentía perder las fuerzas y el agua salada se le metía en la boca, creyendo que por fin se ahogaría. Recordó que había encontrado algo de paz luego de un par de días en alta mar; Walter ya no refunfuñaba y los whiskys habían hecho milagros con sus contracturas de cuello y espalda. Inclusive, en la página 38 habían hecho el amor.
Cuando el barco empezó a ladearse, todo fue pánico, llanto y descontrol; algunos murieron pisoteados, mucho antes de tocar el agua. Y ahora, ella no ve a nadie alrededor. Sobre la línea del horizonte, una joroba se eleva cual montaña de agua que avanza hacia Elena, tapando la luz del sol y convirtiendo su padecimiento en una noche total. Es allí, en ese preciso momento, que escucha una voz fuerte y clara, un llamado esperanzador que se superpone al rugido del mar y que me obliga a cerrar casi violentamente el libro. No me da tiempo de marcar la página, porque mi madre no entiende de razones cuando llama, cuando quiere que le ayuden a poner la mesa para el almuerzo, pero estoy casi segura de que me falta poco para el final.
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