Hace ya diez años que tu cuerpo dijo basta, aunque tu mente hubiera vivido cien años más y tu espíritu vivirá eternamente en los que te conocimos de verdad. Fue en un partido de tu querida España, esa España que no pasaba de cuartos y con la que tanto sufríamos. Esos malditos filtros con forma de haba estuvieron envenenando tu cuerpo durante años, pero no consiguieron doblar tus rodillas.
Espero que donde estés haya un pequeño mercado de abastos, con un puesto en una esquina donde se reparen braseros y túrmix, que cada sábado por la mañana vayan a verte unos jóvenes para tomarse contigo una cerveza y escuchar tus consejos.
Quisiera que hubiera un bar cerquita y unas monedas para jugarse a los chinos quién paga la ronda. Y una pescadera para echarle un piropo y que Vicente vaya a verte. Me encantaría saber si donde estás hay una mesa de ping pong para echarte unos partidos y un chino para poder ganarle, eso sí que sería un buen espectáculo.
Fue ese espíritu el que sostuvo tu cuerpo tantos años, esas ganas de vivir y esa voluntad de hierro no solo te hicieron ganar partidos, sino que consiguieron postergar lo ineludible. Eso y una ayudita del “Cautivo” a quién tanto quisiste. Confío en que allí, donde quiera que sea, haya un agujerito por donde poder asomarte para vernos y te puedas sentir orgulloso.
Tu querida Encarnita, tus hijos Miguel y Nani y tus nietos que te echan de menos sin haberte conocido. Intentaremos trasmitirles todo eso que tú nos enseñaste: que el partido no acaba hasta que se juega la última bola, que si se quiere, se puede, que nadie te va a regalar nada y que si ganas tres, guarda uno.
Me encantaría que todo esto fuera cierto, pero la verdad amigo, es que no sé lo que hay en ese lado del silencio.
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ MONCAYO