lunes 25 noviembre 2024
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La Fe como entrega incondicional

· Primera lectura: Lect.: Sab.18, 6-9: El creyente “solidario en el peligro”.
· Salmo responsorial: Salmo 32, 1 y 12.18-19.20 y 22: Dichoso el pueblo a quien Dios eligió.
· Segunda lectura: Hebr. 11, 1-2.8-9: “Por fe obedeció 
Abraham a la llamada”
· Evangelio: Lc, 12, 33-48: “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
En este domingo el Señor nos sugiere e invita a vivir nuestra fe en profundidad. Y esta invitación presupone que todo cristiano es consciente del significado e importancia de la fe. Por eso en las lecturas de hoy está presupuesto también la actitud interior de reflexión y examen, desde la naturaleza de la fe, sobre la calidad de la fe que vivimos. ¿Qué entiendo yo como creyente libre y responsable por fe? ¿A qué me compromete? ¿Qué consecuencias prácticas tiene para mi vida?
 
A la luz de las lecturas de hoy, especialmente de la carta a los Hebreos y el Evangelio, el creyente puede constatar con meridiana claridad que creer en Dios no es simplemente creer que Dios existe; la fe cristiana es un fiarse de Dios, un abandonarse a Él, plenamente confiado en Él, tener la seguridad de que con Él su vida encontrará pleno sentido y que sin Él experimenta el vacio y el sinsentido de la propia existencia.
 
Una fe que se abandona a Dios, que cree plenamente en Él, de quien lo espera todo, conlleva una actitud interior de confianza que se transforma en un amor ilimitado y en un compromiso vital capaz de las mayores barbaridades según el criterio humano, al estilo de la figuradas religiosas mencionadas en la carta a los hebreos.
 
La fe auténtica, la cristiana, la que pone toda su confianza en Dios, convierte a Jesús de Nazareth, en su tesoro que le acompaña siempre, en su referencia, en su norte, y su sentido. Lo lleva siempre y permanentemente en su corazón. Es él quien le imanta, le atrae y le subyuga. Es su centro vital, su corazón, su supremo amor. Por eso, como dice el salmo, el cristiano es una persona dichosa, bienaventurada.
Pero esta fe, de vitalidad y dinamismo siempre presente, tiene la contrapartida de la exigencia para un permanente y ascendente crecer; se transforma en actos concretos, en compromiso sincero con Dios y con todo ser humano en la línea del amor y el testimonio de Jesús.
 
Esta fe está siempre dispuesta a sacrificar, en aras de su sensibilidad cristiana y humana , una vida de comodidad cristianamente estéril, de solidaridad rácana y cicatera; esta fe se transforma en germen eficaz de una relación con Dios, profunda, perseverante, incondicional; es sensible con el necesitado, mantiene una actitud reconciliadora, con gran capacidad y disponibilidad para perdonar todo y siempre, en la conciencia de que sin Él, sin Dios, sin Jesús este programa tan exigente e incondicional no es posible.
 
padre Domingo Reyes Fernández 
 
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