El pregón y su puesta en escena rodeado de notas musicales, baile y gratas sorpresas, ha sido del agrado de muchos de los que estábamos allí presentes. El entrante de la noche con el piano de Pareja Obregón nos supo a poco, virtuoso, entregado y pasional; ejecuta cada movimiento con maestría y arte, con olor y sabor de fiesta, sentimiento y amor a Andalucía. Y los brazos de la bailaora le sirven de batuta para elevar sus melodías hasta el cielo. Llena espacios y corazones por amplios y libres que sean.
Me ha parecido un acierto, muy grato, la elección de este año. Incluida la regidora con un grupo de manolas bastante competente que se mueven como pez en el agua en ambientes de lunares y castañuelas. Buen trabajo desde la concejalía de Cultura y, aunque tengo entendido que su titular ha recibido cientos de críticas por un comentario, muy afortunado, que hizo acerca del botellón, desde estas líneas le envío mi apoyo y aplauso. Y no me prodigo, precisamente, en alabanzas.
Pero he decir que la noche del viernes, fiesta local, después del paseo con una cena casetera por el Real, una parada en el bar Glorieta me hizo tomarle el pulso a la noche. Y mis ojos se detenían nerviosos y parpadeantes en el desfile por el pasillo que el bar deja libre entre la ubicación de sus mesas.
Muchos, demasiados jóvenes, jóvenes recalco la palabra porque apenas se ha instalado en algunos de ellos la adolescencia.
Perdón, ellos y ellas, guapos y guapas, afeados por las antiestéticas bolsas que portaban llenas de caldos de moda y clásicos. La cola no se cortaba, no dejaba tregua a conversar de otro tema. Los plásticos donde cobijaban el objeto del deseo eran verdes, negros, transparentes, comerciales y, en algún caso, destinados a forrar el cubo doméstico de los hogares. ¿Dónde estará la alternativa al botellón? ¿Qué nos hace falta ceder o aportar para evitar estas concentraciones y abusos de alcohol? No es un sueño acabar con el botellón; es obligación y entre todos hemos de hacerla realidad.
