lunes 25 noviembre 2024
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Reflexión del domingo 18, XXV del Tiempo Ordinario, Ciclo C

· Primera lectura: Amós 8, 4-7.
· Salmo responsorial: Salmos 112. “Alabad al Señor, que alza al pobre”
· Segunda lectura: Primera Timoteo 2, 1-8.
· Evangelio: Lucas 16, 1-13.
En esta semana hemos asistido al comienzo del curso escolar, que para muchos de nosotros marcan el comienzo de un nuevo año, con estos días que marcan el comienzo de la “normalidad” en la mayoría de nuestros hogares. 
 
Seguimos celebrando el tiempo ordinario, volvemos a las tareas de cada día, una vez que el descanso del verano ha quedado atrás. Y así, terminamos la semana, con una nueva celebración del día del Señor, con nuevas enseñanzas de Jesús en el Evangelio de la Eucaristía dominical.
 
En los tiempos de Jesús y hoy también, cantamos al dinero como rey del mundo, padre del pan y fuente de la vida. Pero tenemos también razones para estremecernos y temer que el dinero nos manipule, o aún peor, que nos llegue a aniquilar. 
 
Hablar del dinero, del “poderoso caballero” del que hablaba el insigne Quevedo, es en demasiadas ocasiones ver cómo por obtener ese dinero vivimos bajo una verdadera dictadura, sometidos a una real esclavitud en nuestras vidas. Algo que nos resulta ciertamente chocante y chirriante a los que creemos en el Señor Jesús. 
 
Es cierto que Jesús, en este texto, no va a hablar del dinero en términos de economía. Jesús habla del dinero desde una escala de valores, en la que Dios es el valor supremo y absoluto, y el dinero un valor más, subordinado, al servicio de las necesidades de nuestra vida. Todo lo contrario que nos encontramos en nuestra sociedad.
 
A todos lo que le escuchan, Jesús les pide no endiosar al dinero, elevándolo al gran valor de su vida. A los cristianos en particular, no sólo nos lo recomienda, nos lo exige. Como discípulos de Jesús, en vez de lamentarnos del ambiente materialista que nos rodea, lo que tendremos que procurar es abrirnos más y más a Dios y vivir desde Él. 
 
¿Por qué? Porque no existe un mundo sin dinero y está claro que a todos nosotros, en mayor o menor cantidad, nos toca administrar dinero, lo necesitamos hasta para los más pequeños intercambios. Pero una cosa es que sea necesario y otro que sólo vivamos para él. 
 
La verdadera tarea es proceder adecuadamente con ese dinero, que nos asegurará que somos capaces de administrar con justicia esos otros dones de la vida y de la fe, como pueden ser el amor, la solidaridad, la sabiduría… todo ello dirigido al necesario (y olvidado) bien común. 
 
Y como también dice la parábola, con la astucia, otro elemento necesario para poner el dinero en su justo lugar. Además con otro encargo: el ser fiel en lo poco, en lo pequeño, en los pequeños encargos: esa es la garantía de que se nos confiará lo que de verdad importa, las cosas de Dios.
 
Se nos hace necesario mirar “de tejas para arriba”, para que ese elegir entre el servir a Dios o al dinero que se nos presenta, para que todo esto que nos dice Jesús hoy tenga sentido. 
 
Pero además, debemos hacerlo todos juntos. Servir al dinero es vivir en la clave del egoísmo, del tener, de pensar solo en uno mismo. Servir a Dios es reconocer a todos los hombres y mujeres como hermanos, como hijos de Dios. Y apostar a que los valores que él nos presenta son los que de verdad pueden llenar nuestras vidas.
 
¿Seremos capaces? No es fácil. O con nuestras fuerzas, pues la verdad, que no podemos. Por eso necesitamos su ayuda, que dará su verdadero valor a todo lo que hagamos. Pues ánimo con esa tarea. Feliz domingo. Que Dios os bendiga.
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
 
 
 
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