En este domingo 26 del tiempo ordinario, la lectura nos invita a seguir profundizando sobre el uso del dinero, o de los bienes, o aquello en que ocupamos nuestra atención y descuidamos las cosas de Dios y su propio proyecto de amor en la tierra como hizo su Hijo Jesús.
La semana pasada veíamos al administrador astuto que usó sus artimañas para seguir amañando con los bienes de su amo, en esta semana el rico epulón es incapaz de ver el amor fraterno a causa de sus lujos y ostentaciones.
Aunque el texto no lo comenta lejos de una parábola puede ser perfectamente un hecho real que Jesús pudo tener acceso directa o indirectamente… Un rico que solo vivía para sí y para aparentar entre sus magnates y gente de favor, un hombre que vivía lejos de una vida piadosa.
¿Qué es la piedad? En hebreo la piedad (hesed) designa en primer lugar la relación mutua que une a parientes, amigos, aliados; es una adhesión que implica una ayuda mutua, eficaz y fiel. Para Jesús, el hesed (la piedad, el amor) se expande hasta la criatura más pequeña y despreciable a los ojos humanos, sin importar sexo, color, religión, posición social, cultura… es lo que nos quiere enseñar hoy. Para Jesús el acto de crear amor, está en el lugar menos pensado y en la persona que menos se nos ocurriría ayudar.
Para ello, el Evangelio de hoy nos pide abrir los ojos… ¡sí, los ojos del corazón, no los corporales!, que son los que pueden ver la necesidad de aquella persona que necesita un abrazo, una oración, escucharlas, alimentos, hospedaje, medicinas, … ¿Qué embotan los ojos del corazón y por lo tanto la capacidad de ver donde crear amor? El dinero, el estrés, las comodidades, el egoísmo, la vanagloria, el interés… todas estas son vendas que nos tapan los ojos espirituales para no poder practicar la piedad.
Al atardecer de la vida nos examinarán del amor… seremos medidos en el amor. ¿Cuánto amor hemos podido crear entre nuestros hermanos, aquellos que especialmente los necesitaban? El rico epulón llegó tarde para comprender por Abrahán que el problema no era tener demasiado dinero sino de administrarlo con cabeza sin llegar a ser éste mi opción personal, no hacer del dinero un pseudo dios, sino saber y ver que donde está la caridad y el amor allí está el Señor. Esto es y debería ser nuestro centro corporal y espiritual.
Pobres de cuerpo y espíritu lo tendremos siempre, Dios está en el necesitado, en el pobre, en el enfermo, en el no creyente y/o practicante, esperando un corazón ardiente para sembrar la caridad (hesed) en el mundo.
Si esto fuera así en todos los hombres, hermanos y hermanas ¿no estaríamos hablando de un mundo totalmente diferente al que vivimos?
hermano capuchino Raúl Sánchez