Probablemente muchos pensarán que he caído en las garras de los americanos y que me he dejado llevar por la moda, pero desde hace años he cambiado mi perspectiva con determinados temas. Estos días seguramente me llenarán por algunas de las redes sociales como “soy cristiano y no celebro Halloween”, algo que no entiendo en su totalidad puesto que nada tiene que ver una cosa con la otra.
Una fiesta se celebra el 31 de octubre por la noche y otra el 1 y 2 de noviembre, recordando a Todos los Santos y Difuntos. Por mi mente no pasa de que si me disfrazo, doy caramelos o ‘chuches’ a niños o adorno mi casa, esté llamando a que el diablo entre por la puerta y olvide a mis difuntos (cosa que no hago ni un solo día de mi existencia). El diablo, o como quieran llamarle, está todos los días en la calle y no veo a nadie alarmado poniendo carteles en facebook sobre ello, y tenemos que lidiar con las malas acciones de nosotros, los humanos, para intentar tener un mundo mejor.
Dejando de lado esta reflexión moral y ética que nos llevaría mucho tiempo, celebro Halloween porque tras vivir este día en Nueva York me di cuenta de que verdaderamente somos las personas las que creamos el terror y el miedo, convirtiendo una fiesta en una herramienta con la que atacar a todo ser humano que no hace lo que nosotros estamos acostumbrados.
Al día siguiente, recuerdo nuestra visita a la Catedral de San Patricio en plena Quinta Avenida, encendimos nuestra vela y rezamos un ratito.
¿Somos peores personas por celebrar Halloween? ¿He dejado de ser católica por hacerlo? Para algunos puede que sí, pero creo que ellos deberían mirarse bien y dejar de juzgar, animarse a vivir esa noche para que el carácter dejen de tenerlo tan agrio.