Este mes de noviembre comienza trayendo a nuestro recuerdo y a nuestra oración a todos nuestros seres queridos. Rezamos y visitamos los cementerios, los lugares donde reposan todos los que nos precedieron en la vida, porque tras su muerte los confiamos al amor y a la misericordia del Buen Padre Dios. Pero al mismo tiempo, esta época del año nos acerca a la recta final del Año Litúrgico, que terminará, el próximo fin de semana, con la celebración de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
Este como otros de esos “fines de año”, no dejan de ser pequeños hitos en nuestra vida. Como cualquier aniversario o incluso nuestro cumpleaños. Pero todos esos hitos nos marcan pequeños pasos en nuestra vida, nos dan la oportunidad de volver a comenzar o de, al menos valora como ha ido nuestra vida durante ese período de nuestra vida.
Y en este artículo, me gustaría compartir con vosotros un pensamiento en voz alta en este sentido. Este domingo nos encontramos, también, con un Fin de Año en el cual, igual no hemos caído: es la clausura, en todas las iglesias diocesanas del mundo del año Jubilar de la Misericordia.
Aunque nadie nos lo haya dicho, también en nuestra ciudad de Antequera se llevará a cabo: en la parroquia de San Sebastián se realizará el simbólico acto de clausurar esa puerta de la Misericordia, que durante todo el año se nos ha ofrecido como ese “paso” especial de acercarnos al perdón y al amor misericordioso de nuestro Dios.
Todas estas celebraciones “especiales” que de vez en cuando realiza nuestra Iglesia tienen, en mi opinión, una gran peligro: el de pasar “sin pena ni gloria” por el día a día de la vida de los cristianos. Y de nuevo, con este Año de la Misericordia tengo la sensación de que esto ha vuelto a ocurrir.
Ha sido una buena iniciativa del Papa Francisco, un “buen signo de los tiempos” que se ha quedado en buenos deseos y no se ha concretado en casi nada. A nivel global, pero también en el ámbito más cercano, en el de nuestra iglesia en Antequera. Al menos ésa es mi pobre sensación que tengo a la hora de valorar lo vivido durante estos meses. Y eso que este año de la Misericordia tenía muchos atractivos.
El primer gran atractivo nace del tema central, del significado mismo de la misericordia. No podemos olvidar que los cristianos podemos ver en el rostro del Señor como se ha hecho carne el amor misericordioso de Dios. Una cuestión de gran tradición en la Iglesia, y que este Año Santo buscaba volver a poner en primera línea de la vida de la misma.
Las leyes y las normas son necesarias porque ayudan y orientan nuestra vida de fe. El amor y la misericordia nos hacen crecer como discípulos de Jesucristo, dan sentido a nuestra vida. Como nos decía el Señor siguiendo a los profetas: “misericordia quiero y no sacrificios”. (Mt 9,13).
Además hay otro gran motivo que me llena de tristeza que no haya tenido repercusión en nuestra vida cristiana: la facilidad para hacer vida esa Misericordia, a través de las llamadas “Obras de Misericordia”. Para ayudar a quien tiene hambre o sed no es necesario hacer un master en actividades caritativas. O para presentar una oración por nuestros hermanos, vivos o muertos, tampoco es imprescindible una profunda preparación: basta querer elevar nuestra oración por ellos a Dios.
La fe de la Iglesia nos dice que en nuestros hermanos que sufren tenemos la presencia cercana del mismo Jesucristo. Como dice Mateo en su evangelio, “lo que le hicisteis a uno de estos pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25,40). Es de verdad una lástima que no hayamos seguido el ejemplo y la invitación de papa Francisco para que este año lo hubiéramos aprovechado para acercarnos a esa realidad de sufrimiento, donde los cristianos nos seguimos jugando la autenticidad de nuestra fe.
Pero como ocurre con tantas cosas de nuestra vida cristiana, la invitación no se acaba al clausurar la puerta de la Misericordia, sino que las necesidades en las vidas de nuestros hermanos estará delante de nosotros, sin duda, por mucho tiempo. Como rectificar es de sabios, de verdad espero que seamos capaces de descubrir la necesidad que tenemos de crecer en esta vida en Misericordia. Seguro que María, la madre de la misericordia nos ayudará a ello.
padre Juan Manuel Ortiz Palomo