Siento haber tardado en escribirle, pero he tenido unos días muy ajetreados, ya sabe, el trabajo, la niña… Pero en esta ocasión he tenido un extra añadido, despedir a alguien muy especial. ¿Sabe de quién le hablo? Ya sabe la respuesta, y probablemente esté enfadado por habernos llevado, como siempre decía, “como puta por rastrojos”.
Miro a la derecha desde mi mesa y veo ese rincón, lleno de cajas con fotografías, estampas pegadas a la pantalla del ordenador, una botella de agua con sus iniciales, algún que otro gelocatil, filas de periódicos y recortes, libros, un teclado que ahora no suena con ese incesante golpe de sus dedos sobre las letras. Ahora no hay páginas sobre la mesa, ahora el sillón está vacío.
Pero junto a la ausencia que duele, llega la satisfacción de haber aprendido de un GRANDE. Se quedan para siempre grabados los momentos compartidos y vividos aquí en esta Redacción, los consejos, las palabras, las notas a pie de página, esos piropos que me dedicaba y que siempre odiaba, pero que seguía insistiendo en decírmelos. No pisé la facultad de Periodismo, pero todo lo que sé lo he aprendido aquí, junto a mi director y por supuesto, mi Curro.
¿Recuerda aquel día en la Galería Multimás pidiendo un pollo asado? ¡Cómo se metía conmigo siempre en decirme que comencé a salir con Curro gracias a usted! ¿Recuerda aquella avioneta y mi cara? ¿Recuerda cuando me vio salir del coche con mi padre el día de mi boda? ¿Recuerda cuando le dijimos que íbamos a ser padres y cuando cogió a mi Eufemia en brazos por primera vez? Pues todos esos momentos, más miles y miles más, tengo la suerte de poder recordarlos y contárselos a mi Eu, su Eu a la que hablaré por toda la eternidad de cuánto la quiere su abuelo.
Espero que su llegada allí arriba la haya disfrutado, saludado a amigos y familia y que le haya dado el abrazo que le encargué a mi hermano y mi sobrino.
Querido Ángel, querido maestro, seguiré escribiéndole cada día; espero sus correcciones, por favor, nunca falte a nuestra cita.