Primera lectura: Núm. 6,22-27: “… el Señor te bendiga y te proteja…”
Salmo Responsorial: “ ¡Oh Dios, que te alaben los pueblos…”
Segunda Lectura: Gál. 4, 4-7: “…hijos de Dios…por el Espíritu…para clamar: Abba, Padre”
Evangelio: Lc, 2, 16-21: “…los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios”
La figura de María, como Madre de Dios, la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, y el inicio del año nuevo, nos ofrecen hoy tres momentos de reflexión importantes para intentar vivir con sinceridad y seriedad nuestra condición de cristianos. En efecto, la solemnidad centrada en la figura de María en su condición de Madre de Dios, debe impulsarnos a enfocar, centrar e interiorizar la realidad del nuevo año que comienza, así como nuestro compromiso por instaurar la paz allá donde nos encontremos, y practicarla con quien nos relacionemos , de forma constante y perseverante.
A la luz de la figura de María, pues, necesitamos hacer un profundo examen personal con la hondura y coherencia que el evangelio nos exige a cada uno de nosotros; con este instrumento espiritual podemos plantearnos algunas preguntas de sólido calado y sincero compromiso a nivel humano y cristiano: por eso, teniendo como luz, modelo y referencia la figura de María como Madre de Dios, ¿podríamos afirmar que hemos progresado en el amor a Dios y al hermano durante el año que termina? ¿Experimentamos que nuestra vida eucarística se ha acrecentado, y que nuestra fe en Jesús Eucaristía se ha robustecido? ¿Nos sentimos, consecuentemente, más solidarios, más compasivos, más misericordiosos? ¿Somos más sensibles al sufrimiento de nuestros hermanos? ¿Percibimos, como en carne propia, el dramatismo de innumerables historia personales que, por creer en Cristo, afrontan persecuciones, cárceles, torturas, incluso la muerte, por su causa?
Hoy, celebramos también, la Jornada Mundial de la Paz. Y esto conlleva así mismo, un examen personal a la luz de María, Madre de Dios y Reina de la Paz. ¿Cómo vivimos nuestra condición de hijos de Dios? ¿Alabo y bendigo a Dios, siendo realmente hermano de todo ser humano, sin discriminación de razas, lengua, nación? ¿Me esfuerzo por transmitir amor donde existe el odio, paz donde hay guerra, reconciliación y perdón donde reina la venganza, la represalia, la revancha o la amenaza? ¿Intento estar al lado del débil y necesitado, comprender al otro, centrarme en sus problemas, aportarle soluciones? ¿Me configuro allí donde vivo como una persona tolerante, positiva, que ayuda, consuela, perdona y reconcilia?
Al final de tales preguntas nos encontramos con una figura emergiendo en nuestra vida de forma serena, dulce, consoladora y excelsa que nos marca el camino: una Madre amantísima de su Hijo que, cual sagrario privilegiado le cobija durante nueve meses, invitándonos también a nosotros sus hijos a ser sagrarios vivientes de Jesús eucaristía; una Madre que medita frecuentemente la palabra de Dios y la guarda en su corazón; una Madre que experimenta hasta el extremo los efectos trágicos de la maldad humana permaneciendo al pié de la cruz de Jesús y siempre cercana a todo el que sufre. Una Madre que ofrece su ayuda y su sabiduría para encauzar senderos desnortados y torcidos de sus hijos pecadores; una Madre que ofrece paz, concordia y cariño maternal a todo ser humano.
La centralidad de Jesús junto a María en nuestra vida es vital y decisiva, si nosotros queremos; con ellos reinará la paz en nuestro horizonte existencial; con ellos seremos capaces de llevar paz a todos, sin discriminaciones, pues todos somos hermanos en el Hijo y con la Madre.
padre trinitario Domingo Reyes