Dijo alguien: “¿Será bueno rezar? pues mejor es callar”. A esa contención ante según qué temas se la llama hoy “corrección política”: Triste idea de lo político y de lo correcto, eso de no querer “pronunciarse”. Veamos: Que lo normal sea el silencio ante el ritmo letárgico de unas obras públicas como la salida hacia Córdoba, Calle Mesones, Merecillas, o acceso al cementerio, no es en absoluto normal, lo diga quién lo diga. Habrá quien te advierta: En una sociedad tan desigual como esta, más vale hacer la vista gorda; si te parece, critica a los ricos, pero ponte en el lugar de los que les viene muy bien esa quincena.
Uno se pone en su lugar y coge ese dinero, pero le da un poco de corte el silencio –no hay cosa más elocuente– de los que te miran “trabajar” a cámara lenta, o moviendo un poquito la escoba. No quisiera para mí esa vergüenza ajena. Aparte de que es que no hay quien entienda que, en estos tiempos en que Mercadona se liquidó la obra de la Calzada en un fin de semana, y levantan el LiDL en un santiamén, estas obras se arrastren “PER omnia secula seculorum”.
No es normal. Y, a nadie le gusta el espectáculo. En la ceremonia de la entrega de premios por el Día de Andalucía, Luis García Montero hizo un discurso en el que, respondiendo al elogio de la pobreza digna (“lo más nuestro”), que hizo en su día Cernuda, declaró que bienestar y espíritu no tienen por qué estar reñidos en esta Andalucía de hoy. A lo que sí hay que temer es a la televisión basura y al orgullo analfabeto. Frente a eso: Enseñanza de calidad y trabajo digno.
Buena receta; pero ese “trabajar” con el freno echado para que pasen todos, ni es lo más propio ni lo más edificante: Pedagógicamente es un disparate público que dura ya demasiado. ¿Es posible que entre tantos no puedan inventar algo que saque a personas del paro y no ponga a nadie colorado? (descontando al que nombró la bicha).