Queridos lectores, paz y bien: Continuamos en el tiempo de Pascua profundizando en el misterio de la Resurrección del Señor y en el próximo envío del Espíritu Santo en Pentecostés.
En el Evangelio de Lucas de este domingo, nos encontramos ante un precioso texto: los discípulos de Emaús. Ante la realidad del desánimo y de la muerte siempre, siempre, vencerá el Amor y la Resurrección. En muchas ocasiones en la vida nos encontramos ante esta realidad de pesimismo, negatividad, desorientación, falta de apoyo…
Por eso los discípulos tenían ese “semblante ensombrecido” y un desánimo agudo porque “tenían la esperanza de que él iba a ser el libertador de Israel”, pero no sabían aún que Jesús, el Señor, había vencido a la muerte, más aún, su falta de fe les impedía saber que Jesús había resucitado… y he usado bien el verbo saber, porque entre el saber y el creer hay un paso hacia un abismo que no tiene pie, sólo Dios nos sostiene ante lo increíble y lo imposible.
Los discípulos de Emaús aún se quedaron en el sepulcro, en la muerte, en la cruz. Se quedaron solo a ver lo que había acontecido en los últimos días en Jerusalén, más que de las palabras de la Sagrada Escritura y las promesas de Jesús: que el Hijo de Dios tenía que venir al mundo a padecer por todos nosotros, morir y resucitar al tercer día.
Nosotros creyentes y seguidores de Jesús, no debemos conformarnos con el pensar o saber que Jesús resucitó, sino creerlo de verdad, ¿cómo? Dejar nuestro “semblante ensombrecido” y seguirlo por el camino, escuchar las escrituras, porque ellas harán que nuestro “corazón arda”, y sobre todo en la fracción del pan, la Eucaristía; participando de su Cuerpo y su Sangre.
¡Así, sí creeremos de verdad y con fe de que Jesús resucitó! La historia de Jesús no es un cuento ni una fábula, es la historia de nuestro Dios hecho hombre que nos ha mostrado, y sigue mostrando, que el hombre aún tiene mucho que hacer en el mundo y que Él no nos abandona, como no lo hizo con sus apóstoles ni discípulos mostrándose a ellos después de su muerte en cruz.
La fe empieza donde termina la razón, en la Eucaristía, en ese Amor entregado, encontramos ese paso a lo imposible, esa Comunión Espiritual con el mismo Dios, esa puerta de la esperanza a lo que el mundo impone: poder, dinero, soberbia, egoísmo, vanidad…
Solo con Dios Eucaristía seremos felices, verdaderamente felices como hijos de un mismo Padre siguiendo a Jesús resucitado. “En aquel momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron al partir el pan”.
Hermano capuchino Raúl Sánchez