El Evangelio de esta semana sexta del tiempo pascual, nos acerca al Espíritu Santo que está presente en la vida de aquella persona que sigue a Cristo Resucitado. Sabía bien Jesús que necesitamos ayuda en nuestro caminar por este mundo. “Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos”. Amar de verdad, es obedecer su voluntad. Pero ¿cómo puede una persona obedecer a quien desconoce?
Hay personas que “piensan” que creen en Dios. Otros dicen “que tienen fe”. Algunos que “creen en Dios más que nadie…” Pero la experiencia vital de la fe va por otros caminos. No es suficiente creer que se tiene fe; la fe hay que vivirla en lo profundo del corazón y en la vida diaria. Vemos con frecuencia como personas que dicen tener fe viven en una realidad inmadura. Jesús nos promete un Defensor para que la vivencia de fe en nuestra vida se purifique y se acerque más y más a Dios.
El Defensor que Jesús pide para nosotros es “el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con nosotros”. En muchas ocasiones de nuestra vida personal y social la verdad ha pasado a un segundo plano.
¿De qué nos defiende el Espíritu de la verdad que Jesús nos promete? En primer lugar nos defiende de nosotros mismos, de nuestros temores, de nuestro ocultamiento de la verdad personal. Disfrazamos lo que somos ante los demás, pero somos tan habilidosos que también nos montamos un disfraz interior y terminamos por creernos que eso es la verdad en nuestra vida. Necesitamos un defensor de nosotros mismos. Los cristianos somos conscientes de la fragilidad humana, de la nuestra y de los otros. Sabemos que hacemos grandes proyectos en todos los aspectos de la vida, pero muchas veces todo se queda en grandes decepciones.
Nos defiende también del mundo que no quiere conocer ni ver a Dios. La cuestión no es alejarse del mundo o no, el tema es saber estar en el mundo según Dios quiere. El reto de los cristianos continúa siendo “estar en el mundo sin ser del mundo”. Quien no ama no conoce a Dios y esto trasciende la propia vivencia personal y se convierte en algo público: una persona que no conoce a Dios es un eslabón de un mundo donde lo que Dios nos viene a traer no existe. Un mundo sin Dios es el fracaso de la profunda realidad humana.
Nos defiende de las ideologías que intentan ocultar la propia realidad y dignidad humana. Bajo el pretexto de la igualdad y la dignidad humanas se nos ofrecen una y otra vez alternativas caducas que aparentemente dan respuesta al corazón humano. Muchos cristianos pueden caer en esas tentaciones. El pensar que las ideologías de las mentes humanas son más completas que la mente del Señor nos puede llevar a un auténtico fracaso existencial.
Nos defiende de nuestra división interior. Ocurre que muchas veces no sabemos en qué lugar de nuestra vida colocamos a Dios: ¿en los sentimientos? ¿en los pensamientos? ¿en los razonamientos?… Dios tiene que ocupar pacíficamente nuestra realidad interior. Jesús no nos abandona. Cuando oímos a una persona que “Dios se ha olvidado de mí…” recordemos siempre estas palabras.
Él sabe de nuestras miserias y proyectos; él conoce el barro del que estamos hechos. No te desesperes cuando todo en tu vida vaya mal o regular. No dejes que los problemas hundan tu vida; deja que tu vida hunda los problemas.
padre carmelita Antonio Jiménez