Hay historias sin desvelar, guardadas celosamente en los rincones de casas, de familias, llenas de misterios y espinas que marcaron una vida. Algunas de ellas, como las de la antequerana Pepi Gutiérrez Ramos, que por vivir entonces en San Sebastián y estar relacionada con la lacra de la época del miedo del terrorismo de ETA, no se ha hecho público hasta 35 años después.
Tras conocerla en el homenaje en Antequera a Miguel Ángel Blanco en el XX Aniversario de su muerte, quedamos con ella en su piso, donde nos compartió su terror que aguarda en su fuerte corazón lleno de valor y coraje que le llevó para seguir adelante pese a quedarse viuda con 21 años y un hijo de cinco meses.
Como muchos antequeranos, Pepi tuvo que emigrar con tan solo 3 años a Cataluña, con sus padres y dos hermanos más, en busca de trabajo que faltaba por Andalucía. Pese a todo, regresaban siempre que podían, sobre todo en verano, para ver a la familia.
Ella empezó a trabajar con 14 años y con 15, en una de sus visitas a la Plaza de Cataluña de Barcelona, conoció al joven Toni, su Antonio, “empezando a hablarse”. Ella vivía en Barcelona y él en Santa Coloma de Gramanet, pero no había problema alguno en verse. Él tenía dos pasiones: su novia, Pepi, y querer ser policía nacional.
Su novia no le puso impedimento alguno, ya que sabía que para él era un sueño ser policía y ayudar a la sociedad. Tras entrar al cuerpo policial, se casan el 25 de octubre de 1980 y a los tres días, se trasladan a San Sebastián por su trabajo. El 22 de diciembre de 1981 nace su hijo, Javier, “que como anécdota, llegó tarde al parto porque al ir al Hospital, vio a un muchacho que estaba intentando abrir un coche y lo llevó a la comisaría”.
Fue escolta desde el 23 de febrero de 1981, de Txiki Benegas, dirigente socialista, a quien atendió en el Golpe de Estado de Tejero. “Le habían enseñado que de él dependía mi seguridad y lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Pistola en mano, se presentó en el Congreso diciendo que era responsable de mi seguridad”, recuerda el político de la figura del que fue su escolta.
Al nacer su hijo, Antonio pide cambiar de escolta, asignándole el Delegado de Telefónica, Enrique Cuesta Jiménez.
De sus viajes a Antequera a vivir en San Sebastián
Antes de tan trágico suceso, ellos eran una feliz pareja que de novios, “veníamos a Antequera para ver a mis dos abuelas, normalmente en agosto”, como demuestra la fotografía de este reportaje.
Cuando se casaron, “yo me fui a San Sebastián con 20 años, sin conocer a nadie, a un piso enorme completamente, vacío, solo había dos camas de matrimonio, en la cocina una mesita con dos sillas”.
Vivir con un policía, suponía guardarlo en secreto, no se podía enterar nadie por la amenaza terrorista: “La ropa de policía me pedían que la lavara y que no se viera en el tendedero, y cuando ibas a comprar no decir que tu marido era policía”.
El 28 de marzo de 1982
Su marido le decía cada día al darle el beso de despedida, que no se preocupara por él, y que si alguna vez le pasara algo, ella sería la primera en enterarse. Pero no fue así. “Le estaba dando de comer al niño de otro compañero policía, con el que a veces nos juntábamos al que mataron también seis meses después. Mi hermano me llamó y me dijo si estaba viendo la televisión y que dónde estaba Toni”.
Le dijo que “no tardaría mucho porque es la hora de llegar, fue cuando me dijo mi hermano que había habido un atentado. Le dije que iba a llamar para enterarme. Llamé a la comisaría, y mira por dónde, fui la última en enterarme. Me querían mantener en mi casa y no querían que fuera ni dónde estaba”.
Sin pensarlo, fue obviamente en su búsqueda. “Me dijeron que tenía heridas y lo estaban operando, me enseñaron la ropa y me decían que no tiene ni sangre. ¡Claro, cómo va a tener si el tiro fue en la cabeza!”.
Fueron unos días intensos de espera e incertidumbre: “Yo quería saber, pero no me dejaban estar allí con él, me decían, váyase para casa y vuelva a la hora de la visita, a la hora de verlo te ponían las batas, el gorro, como si entraras a un quirófano…”. Y estuvo en coma, “hasta que falleció el 31 de marzo”.
En ese instante, “yo recuerdo que entre cinco personas me tuvieron que sujetar porque yo quería entrar, porque ya veía cómo corrían todos el alboroto que se formó en la UCI”.
Cuando falleció, lo trasladamos a Santa Coloma para enterrarlo. “Yo recogí mis cuatro prendas, mi hijo y me fui con mis padres a Barcelona, llena de odio e impotencia”.
Empezar de cero
Pepi es un ejemplo de fortaleza, levantarse del duro golpe, aunque le cuesta recordar el asesinato de su marido, sobre todo con su hijo: “Cuando iba creciendo, no le decía nada, no tuvo tiempo ni de hacerse una foto con él. No sabes cuándo es el momento de decirle a tu hijo que a tu padre lo han matado”.
Tras diez años, intenta reordenar su vida y conoce al padre de su hija, Laura Lap Gutiérrez, que nació el 2 de agosto de 1991. Tras unos años allí, “vuelvo a Antequera en el 2002, tras fallecer mi padre, yo necesitaba cambiar de aires, me encontraba mal y me obcequé a ver si me venía mejor y me vine a Antequera y vivimos las dos solas”.
Ella estudió en el León Motta, Los Carmelitas, La Virlecha, Jose María Fernández y acaba de terminar Magisterio en el María Inmaculada.
Tras 35 años, no olvida
Los años no curan sus heridas. “No olvido. Matan a unos pocos y le salen los años muy baratitos por cada asesinato que hicieron”. A ella nadie le informó de nada de quién lo mató. Se enteró porque le pidieron el indulto para sus asesinos: “Yo me enteré de que los habían cogido y encarcelado porque recibí una carta certificada en mi domicilio pidiéndome que si les daba el indulto. Supongo que los abogados de los etarras me tenían localizada”.
Hace poco estando ya en Antequera “cogieron al que disparó, y fuimos mi hijo y yo a Madrid a juicio y está en la cárcel, como se ve en una foto, donde estamos mi hijo, mi abogada y la hija del etarra y la mujer del asesino”.
¿Cómo fue estar al lado de ellas?: “Ninguno me pidió disculpas, al contrario, me miraron por encima del hombro. Yo, al que disparó, lo vi a través de los cristales. Cuando yo supe que era la hija, le dije: ‘Tu padre está ahí dentro, pero el de mi hijo está enterrado bajo tierra”.
Hoy parece que se quiere olvidar lo que pasó con los años de ETA. ¿Qué les dice a los que así lo consideran?: “Que se metan un poco en la piel de las víctimas, que piensen un poco en nosotros que no están fácil”.
¿Cree usted que ETA ya es historia y no existe?: “Espero que sí, pero falta que pidan perdón y se haga la paz. Y que estén donde tienen que estar todo el tiempo que le corresponden, que le ha salido muy barato asesinar, que si les ponen 1.000 años de condena, que la cumplan, y luego no se queden en 15”.
Nos enteramos el lunes 10 de julio por los 20 años de Miguel Ángel Blanco. ¿Cómo es que antes no se supo de que usted era viuda de un policía asesinado por ETA?. Nos explica que primeramente estaba destrozada, que luego tuvo que rehacer su vida, seguir en Barcelona hasta que regresó a Antequera en 2002 y cuando se enteró de los jardines que le dedicaron a Miguel Ángel Blanco: “Me presenté un día en el Ayuntamiento, pedí ver al Alcalde, le expuse mi situación y él me prometió que me llamaría para el próximo acto de terrorismo y que harían algo a mi marido como ya anunció el lunes”.
Si tuviera que escribir una frase sobre cómo era su marido Toni, Antonio Gómez García: “Un hombre con pasión por el trabajo y pasión por su familia”. Ésta es la historia de Pepi, una mujer antequerana que emigró con sus padres, se casó con un policía que fue asesinado por ETA y que en breve, el Ayuntamiento rendirá homenaje en la tierra de su viuda que no lo olvida.