Vistas las ganas de tantos de obcecarse en escuchar sólo lo negativo, empezaré diciendo que, del “Antequera Light Festival”, lo que no me gusta es el nombre. Lo único. Porque está en inglés y porque designa algo que, pese a que en algunos aspectos, sea sofisticado y tecnológico, no es más que una costumbre histórica muy nuestra: engalanar edificios, generando, sobre ellos, arquitecturas efímeras.
Vestir fachadas en señal de celebración es propio de nuestra tradición y me parece un completo acierto volver a hacerlo, sea en clave tecnológica (en el caso del mapping en Santa María, el pasaje por Cuesta San Judas o la iluminación del Mapa ), sea en clave sencilla pero efectista y elegante (como la iluminación de velas de San Juan de Dios o resultón dibujo de los emblemas en el Coso Viejo con velas como píxeles). Además, el teatro de sombras chinescas en el Ayuntamiento, por su parte, es una original y acertadísima oportunidad de introducir magnífico y propio arte escénico en el Festival.
El hecho de que se haya contado con menos medios de los inicialmente deseados no me parece un menoscabo: muy al contrario, un acierto para futuras ediciones. Hemos aprendido, quizá, que nuestros edificios bien merecen ser engalanados, con sencillas velas o costosos mappings. Lo más importante es la originalidad empleada que esperemos que permanezca en futuras ediciones. Y no olvidar que lo más importante es la materia prima: buena arquitectura que engalanar. Y, de esa, tenemos mucha.