Cuántas veces habremos escuchado que la Palabra de Dios está caduca, que ha quedado anticuada… y llega el Evangelio de este domingo y vemos que no hay nada más lejos de la realidad. Nos encontramos con un texto cercano a nuestro mundo presente: vender y comprar, riquezas y fortuna…
Pero, sin duda, nos ofrece un mensaje que va más allá de lo puramente material. Veamos primero qué significados tienen los símbolos usados en este Evangelio: El tesoro escondido en el campo. Si hoy tú tienes algo de valor lo guardas en una caja fuerte en el banco o en casa; en la época de Jesús cuando alguien poseía algo de gran valor material lo escondía bajo tierra. Decían los rabinos de la época que no había más que un lugar seguro para guardar el dinero: la tierra. ¿Dónde escondemos nosotros los valores que Dios nos ha dado? ¿En el miedo, en la vergüenza…? ¿Qué hacemos con el tesoro de la fe? ¿Lo escondemos para que nadie nos lo robe?
La perla. En la tradición de los pueblos antiguos el nacimiento de la perla se debía a la irrupción de un rayo caído del cielo en una concha abierta. En el mundo antiguo una perla era la posesión más maravillosa por la que se era capaz de todo. En el Nuevo Testamento la perla es una imagen de lo divino, de lo que no es terreno. Jesús dice: no den lo sagrado a los perros ni les echen sus perlas a los cerdos. En la Iglesia medieval se representa artísticamente a la Virgen María como una concha donde se guarda el tesoro más preciado: Jesús. ¿Qué consideras lo más valioso de tu vida? ¿Por qué? ¿Cuál es la perla de tu vida tanto material como espiritual?
La red. En la antigüedad las redes, lazos y trampas son imágenes para indicar el mal. En el Antiguo Testamento la red es un arma de Dios. Desde finales del siglo II se representó el bautismo bajo la imagen de una pesca con anzuelo y red; el pescador es símbolo de quien bautiza; el pez del bautizado. La red llena de pequeños peces es un símbolo de la Iglesia. El mar es imagen del mundo. ¿Te sientes Iglesia? ¿Qué es la Iglesia para ti, en tu vida diaria?
En estas tres parábolas vemos una clara diferencia con respecto a la de las anteriores semanas. Hasta este momento Cristo había comparado el Reino de Dios con cosas pequeñas, pero ahora lo compara con dos cosas de gran valor: el tesoro enterrado en el campo y la perla encontrada.
En ambos ejemplos se nos descubre algo valioso pero en los dos existe también una clara diferencia: el hombre de la primera parábola encuentra accidentalmente el tesoro. El hombre del segundo ejemplo busca perlas finas.
Algo parecido nos sucede a los seres humanos para con Dios. En algunas ocasiones encontramos ante nuestra propia vida ese tesoro inmenso de la fe, casi sin ningún esfuerzo, con sólo mirar… en muchos otros momentos de nuestra vida vemos como las personas buscan un sentido para su existencia, buscan ese tesoro que les haga sentir vivos y plenos. Entre el buscar y encontrar anda la vida de todos los seres humanos…
padre carmelita Antonio Jiménez