Cegada por un sol que canta fuego sobre las rocas, me cobijo bajo una palmera infinita que me presta su sombra cambiante. Leo el mensaje de mi amiga Ana y continuo mi camino respirando profundo el aire del mar, el murmullo inquieto de las nubes el despertar perezoso de las olas. No sé cuál será mi destino, nunca lo supe y por no saberlo me parece ir más ligera de penumbras.
El paseo se llena de gente. Las deportivas inundan de color mi singladura. Las camisetas compiten en luz con las dormidas estrellas. Todos vamos rápidos. Pasos largos, vehementes, carreras, murmullo de voces tempranas en las terrazas.
Paso por la estrecha calle de los jazmines y me envuelvo en aromas florales mezclados con efluvios intensos a café, a tostadas, a naranjas que rezuman por el cristal helado de los vasos.
Inmensos mundos soñados por los niños. Flotadores gigantes que casi me impiden el paso. Un flamenco rosa chicle llama poderosamente mi atención. No resisto la tentación y lo toco. Es suave, inane, tranquilo, enorme.
Y de pronto parece que me encuentro en un zoo de plástico, en el que el rey es un tucán negro con pico de colores. Entonces como por arte de mágica memoria, recuerdo mi tucán escrito. Le puse Tico, tiene muchos años de papel, pero en los cuentos los tucanes no crecen, ni envejecen, ni pierden su color intenso.
La dueña de la tienda abierta al paseo, me sonríe. No sé que debo parecer en medio de todos estos gigantes de goma. Se me ocurre una idea, Saco el móvil y le pido por favor que me haga una foto en medio de su selva. Asiente gustosa. Me voy como una niña con zapatos nuevos. ¡Busco otra sombra aliada y miro la imagen. Que feliz se me ve¡ Caminar de nuevo. Desandar.