Tiene Antequera una auténtica maravilla botánica relegada a un inmerecido olvido, si consideramos la edad del ejemplar y la singularidad de la especie. Se trata del Álamo Carolino (populus deltoides Marshall) que existe en la bajada al Camino del Cementerio, junto a la escalera de acceso al antiguo tanatorio de la Soledad.
Mi interés por este ejemplar –también conocido como Chopo de Virginia, al provenir de la costa este americana– se inició hace casi tres décadas cuando un empleado de la gasolinera aledaña me comentaba que todos los años venía un profesor de la Universidad de Granada a comprobar su estado y recoger muestras de flores y esquejes.
El docente, tenía la costumbre de repostar allí y tomar un café en el Bar de la Esperanza antes de proceder al trabajo de investigación al pie del ejemplar. Desde entonces siempre me ha causado admiración este álamo de singular belleza, pero tan olvidado en sus cuidados por quienes durante más de un siglo han tenido las competencias de los parques y jardines de nuestra ciudad.
Por suerte, en los últimos trabajos de acondicionamiento en la zona, se le ha dotado de riego directo y un notorio alcorque para recepcionar el agua que le permita seguir subsistiendo y dando con sus anchas hojas susurrantes, el último saludo de despedida a tantos ciudadanos que van hacia el descanso eterno. Siempre desde la antigua Grecia fueron árboles relacionados con los cementerios.
El viejo álamo carolino, está débil por su longevidad y por las rudas talas que provoca el solano antequerano o el poco tino del podador de antaño. Una ciudad que conserva su patrimonio, nunca debe olvidar que el cuidado de este tipo de ejemplares forma parte también del compromiso adquirido por perpetuar sus valores monumentales y naturales.