· Primera lectura: Dan 7, 9-10. 13-14. “Venía como un Hijo de hombre…”.
· Salmo responsorial: Salmo 96: “El Señor reina…”
· Segunda lectura: 2 Lect.: 2Pe 1, 16-19: “Recibió de Dios Padre honor y gloria…”
· Evangelio: Mt 17, 1-9: “Éste es mi hijo muy amado… escuchadle”.
¡Hagamos tres tiendas…! A reflexionar sobre el significado espiritual de las lecturas de hoy el cristiano puede experimentar una sensación equivocada sobre la auténtica experiencia del encuentro con Dios. Para el que cree, el que confía y se abandona al Señor, toda su realidad existencial se transforma en bienestar, en luz, en alegría, en gozo y en felicidad, al estilo del Tabor. Pero esta realidad necesita ser completada.
Para entender el mensaje del Tabor, donde Jesús se transfigura hay que tener presente que poco tiempo antes el mismo Jesús les había advertido a sus propios discípulos acerca de su doloroso final en el Calvario, describiendo con toda crudeza la realidad de su pasión y muerte en Jerusalén.
Es, pues, a la luz del mensaje espiritual desgranado en ambos montes, Calvario y Tabor, como podremos enmarcar y sospechar la profundidad y la hondura de la vida cristiana como una singladura singular de muerte y resurrección, de luz y oscuridad, de gozo y dolor, vivida y testimoniada por Jesús durante toda su existencia.
Porque el hagamos tres tiendas, salido de la boca de un Pedro desbordado por la intensidad y la energía espiritual del momento que vive, está dibujando un gozo y una paz interior de calado inefable; es la experiencia de Dios en grado inenarrable, indescriptible e extraordinario; al estilo de lo que cualquier cristiano puede experimentar cuando recibe al Señor en la Eucaristía; o cuando ora pausadamente, sin prisas, con total concentración en lo que dice a Dios y como se lo dice; o cuando ayuda a un necesitado; en tales momentos el cristiano experimenta una realidad que atesora una potencialidad mística de naturaleza e intensidad parecida a la del Tabor; una experiencia que se transforma en vida, en fuerza, y en luz con el suficiente vigor y vitalidad para afrontar empresas hasta ahora desconocidas y nunca previstas, por muy dolorosas que sean.
Pero, atención, no debemos engañarnos respecto a la experiencia del Tabor; ésta, anuncia y prevé también la amarga experiencia del Calvario, al estilo del Maestro. Y a su vez, el calvario, es consecuencia lógica de aquella, una vez que el creyente posee la fuerza del Espíritu, capacitándole para el martirio; pues todo cristiano que asume su condición de tal, al estilo del modelo de Jesús y sus profetas, no puede persistir en el autoengaño de esperar una vida de fe profunda sin cruz. Que el salmo responsorial proclame el reinado de Dios sobre toda la tierra o sobre toda persona no significa ausencia de dolor y plenitud de felicidad terrena.
El dinamismo de muerte y resurrección, natural al cristiano, obtenido en el bautismo por la fuerza del Espíritu, nos invita a instaurar el amor a través de la propia vida y la tarea apostólica personal; y esto es posible con su fuerza y a pesar de nuestra debilidad; en este quehacer permanente encontraremos en nuestro camino el amargo sabor de la cruz: una cruz redentora, salvadora, regeneradora. Al estilo de Jesús, el Hijo amado del Padre, que muere salvajemente torturado en una cruz, pero que resucita al tercer día; un proceso de muerte y resurrección que el cristiano vive diariamente como compromiso de amor con el Dios trinitario, fuente de su energía y fuerza en su cruz; realidad espiritual asumida en el bautismo.
padre trinitario Domingo Reyes