Noviembre se estrenó con una víctima más de la violencia sexista. Solo tenía 24 años y un hijo de corta edad que nunca entenderá el porqué de la muerte de su madre, no estaba enferma. Pero sí que vivía con un enfermo de celos, posesión, autoridad o simplemente se sentía dueño de todo lo que había dentro de su casa, incluidas las personas.
Hay hombres que no se quieren acostumbrar a darle un trato de igualdad a su compañera. Piensan que aún seguimos desempeñando el papel de segundonas que la historia nos tenía reservado hasta que fuimos conscientes y convencidas que habríamos de cambiar. Y en el camino van quedando muchas víctimas unidas a la tristeza del mes de noviembre donde se recuerda a las ausentes. Hay también un espacio silenciado para las que sufren el drama del acoso de manera sistemática.
Es una sinrazón que despierta sentimientos encontrados, incrédulos y negativos. El cese del productor de cine americano Harvey Weinstein, que durante tres décadas acosaba sexualmente a quienes le daba la gana. Actrices callaban y dejaban pasar un tema tabú que nadie destapaba, hasta que se intentó hacer una pizca de castigo el veintinueve del pasado mes al destituirlo.
Y todas estas cosas que parecen alejadas de nosotros, convivimos a diario con ellas. Conozco a una chica excepcional, que la vida no le está haciendo justicia. Ha sufrido malos tratos psicológicos, sexuales y físicos. El último le dejó el pecho lleno de moratones que tardaron semanas en desaparecer, no querían abandonar su piel, querían ser testimonio que recordara a su verdugo la crueldad de sus actos.
Los cardenales acabaron diluyéndose como un arco iris llenos de colores y dejando espacio para un nuevo intento. No quiere denunciar, es consciente que sin presentar batalla le va a ir mejor. Y también que la denuncia, la cárcel y la salida de su maltratador la puede poner en peligro de muerte. Sinceramente no supe darle respuesta, la miré con el disimulo hipócrita de quien no va a implicarse en algo que no sufre. El 016 está a todas horas publicitándose. La amargura del silencio y el sufrimiento sólo se puede apreciar en los ojos cabizbajos de las que se sienten acorraladas. Y no son pocas.