Desgajadas las casa, rotas las paredes, hundidas las vidas fronterizas. Crujían los entarimados y las vidas dejaban de serlo. Muerte y desolación. Los números como protagonistas de tamaño siniestro, Magnitud 7’3. Letal. Epicentro se convierte en una palabra aterradora, honda, llena de fallas del Norte, tierras de Anatolia afligidas y plenas de agonía. ¿Sabemos dónde está Ezgule? Tal vez no, pero murieron el pasado lunes más de 248 personas, heridas de gravedad más de 30.000, 118 réplicas del seísmo, del terremoto que es más acorde con la brutalidad de su intensidad. Cifras, cifras…
Irán e Irak sacudidos en sus límites por la fuerza imperiosa de la naturaleza. Heridas de muerte, llantos y desesperación. Los seres queridos bajo escombros. Cascotes funestos que hieren el alma y el cuerpo hasta despojarlos del más mínimo vestigio de vida, envueltos algunos en unas exiguas mantas grises de la Media Luna Roja.
Noche infernal. Oscuridad y miedo. Ni ropa ni tiendas, nada. Y es aquí cuando la palabra “nada” adquiere un tinte negro, oscuro, intenso y cóncavo. Gélidas temperaturas en la calle, el nuevo hogar de los desahuciados por este terremoto real, no de película retro o vintage, así que infernal sería un buen calificativo. Flash de teléfonos desesperados, tuits enlutados. Por supuesto “el Gobierno” estará al lado de los afectados por el terremoto, ese fue el comunicado oficial. Y aquí me preguntaría, ¿sabe el gobierno lo que esto significa?
No, por supuesto, pero la población iraní, en cuyo ADN reside el trauma y la experiencia de haber sufrido innumerables terremotos antes y ahora, ya estaba haciendo cola en los centros de donación de sangre. Ciudades milenarias arrasadas, miles di vidas arrastradas al foso negro. Esta es la historia de dos países fronterizos. Gentes normales que quería llevar una vida sencilla en su tierra. ¿Prevención? No mucha para ser honestos.