El azar no es inocente, listo o torpe; es casualidad o ventura, quizá una ordenación de fechas en los calendarios políticos. Y el día 28 del pasado mes se volvieron a sentar juntos don José Antonio Muñoz Rojas y don José María Fernández para la posteridad en una plaza recién modelada y bellísima.
No es la primera vez que veo esta forma tan cercana y atrayente de reconocer la valía de los artistas que le dan brillo a su tierra. En Soria, si deambulas por su arteria principal, te encuentras sentando en una silla de la de entonces, bajo un soportal, a don Antonio Machado y su expresión transmite presteza a quienes se acerquen a escucharlos. Debió de ser su forma de conducirse por la vida.
Y volvemos a lo nuestro, la expresión de nuestro poeta es fidedigna igual que la adultez y seriedad del pintor, al menos eso es lo que nos ha llegado a través de sus retratos. Y la noche los cubrirá con un halo de misterio para el visitante y les darán qué pensar. ¿Qué hicieron estos dos personajes? ¿Qué poder había en ellos, en sus manos, para legar tanta belleza?
Sus miradas se cruzan en ese recoleto rincón y hablan sin cesar, comienzan por los colores. Don José Antonio le describe uno a uno todas las gamas y matices que ofrece la naturaleza, el campo, el lugar donde es feliz, con una libretilla y un lápiz escondidos en el bolsillo de cualquier chaqueta o pelliza, y que todo lo que observa a su alrededor se le hace verso en el corazón y el pensamiento. Y añade que no había cumplidos los veinte cuando salió a la luz “Versos de retorno”.
Don José María lo contempla admirado y seguro, está rumiando en su interior esos colores de los que habla su contertulio y piensa para sí que ha sabido darle vida en la paleta, que las tonalidades cromáticas las ha dotado de maestría y de fe.
Fe que le ha transmitido las iglesias antequeranas que tanto ha escrito sobre ellas; y la contemplación de las imágenes sagradas han aplacado el dolor que tan presente ha estado en su vida. Y ambos se sonríen para sus adentros y agradecen el amor de su pueblo y sienten la recachita del sol que se llevan a la eternidad.