Siempre he fantaseado con conocer a los grandes intelectuales de otras épocas y, quizá llevado por los clichés decimonónicos, he acostumbrado imaginarlos como excéntricos geniales de visiones iluminadoras paridas sin esfuerzo. Quizá el cumplir años lleva aparejado la toma de conciencia de que, como decía Mario Benedetti, “la perfección no es sino una pulida corrección de errores” y nada sale sin esfuerzo ni constancia y todo lo admirable surge desde un empeño y un tesón extraordinario, normalmente oculto.
La conferencia del pasado viernes 15 del historiador del Arte y comisario Miguel Ángel Fuentes fue otro acercamiento a la figura de José María Fernández que, si bien fue tan enriquecedor como siempre, me satisfizo especialmente por su generosidad al compartir los métodos de trabajo que, ayudado por Juan Manuel Ortiz –ese otro gran intelectual, activo y apasionado–, ha seguido para recuperar, clasificar y comisariar la muestra de “De sonrisas y otras frivolidades. La caricatura como arte en la obra de José María Fernández”. Mostrar el enorme trabajo que queda oculto a los visitantes de todo museo, y, en especial, del nuestro, es una iniciativa extraordinaria que el público requerimos y valoramos especialmente.
El camino que se debe recorrer para poder ofrecer una exposición didáctica, completa, coherente y sugestiva es tan largo que, desde fuera, parece muy rayano en lo imposible. Gracias a nuestro Museo y a estos intelectuales porque su trabajo diario minucioso dan sentido a las palabras de Aristóteles de que “somos lo que hacemos repetidamente; la excelencia, por lo tanto, no es un acto, sino un hábito”.