Peligra la libertad de expresar y triunfa el griterío. Y como las palabras son barcos ligeros de velamen lleno de viento, traen y llevan conversaciones atiborradas de ruidos, algunas, estridentes otras, sordas, vanas, vacías.
Ruido de machacante vanagloria que se baña en corrupción maloliente que habría que erradicar en favor de un silencio limpio. Pero llegan esas personas, que tras una década, deciden romper silencios ocultos, esquinas corrompidas, y acuden a los tribunales a callarse o a arrojarse podredumbre a unos y otros. Estrategias de defensa. Por supuesto tiene los mejores despachos de abogados trabajando para ellos. Vergüenza, diría yo, que durante diez años, que es un presente, no un pasado, aunque les pese a muchos y les prescriba a otros, se hayan callado, reído de la buena fe de los ciudadanos.
Yo no sé dónde está la honradez de la clase política que llena banquillos, arropados por siglas de partidos, y por una impunidad de deshonor. Mordidas aquí y allá atravesando los pensamientos.
Mujeres y hombres que no tenemos tiempo para otra filosofía de vida que, la de levantarnos una vez que hemos caído y continuar cada mañana con nuestras tareas, nuestras lágrimas, nuestras alegrías. Con nuestras noches solitarias o nuestros días perdidos, currados por un precio injusto.
Historias de vidas frente a nosotros mismos. Guiños silenciosos, que esmeradamente rodean las charcas llenas de lodo y ranas o las cestas con manzanas podridas,porque quieren otro lugar para vivir, para que vivan sus sueños, para que vuelen las risas francas y no las abyectas.
Votos que corren en es otra dirección. Nuevos aires necesitamos y así tal vez, cuando queramos darnos cuenta ya no estén las miradas vidriosas del desencanto, ni los rostros del desvarío gubernativo. Con suerte hasta tengamos nuevas caras a las que mirar, nuevos nombre a los que nombrar.