Charles Spencer Chaplin, Charlot, el hombre, el artista que supo como nadie articular las emociones del alma. La primera estrella internacional de la historia de la cinematografía. Antes de él, hubo otros, a pesar de estar en ciernes el séptimo arte (Douglas Fairbanks, MaxLinder, ThedaBara…), pero él fue la más popular, la más completa. La humanidad de sus historias, el ritmo perfecto de su slapstick, y su constante superación en un arte recién nacido, lo catapultaría al Olimpo de los dioses de la cinematografía internacional.
“La quimera del oro” (1925), sería su obra preferida. Basándose en una tragedia ocurrida en Canadá, compone una serie de situaciones cómicas y de ternura, que a pesar del trasfondo cruel del hambre, las penurias y otras series de circunstancias, nos lleva hasta situaciones absurdas e hilarantes, atrapando nuestras sonrisas, a la vez que nuestros corazones. La película supuso la vuelta del vagabundo a la pantalla. Chaplin se percató de que el público deseaba las historias y situaciones de Charlot. Desde el punto de vista técnico se enfrentó a una obra de gran duración, no muy común entre las suyas, logrando un armazón correcto desde el punto de vista argumental. Años más tarde la volvería a editar con música y con narración de su propia voz en 1942.
Ha pasado casi un siglo desde su estreno en el Grauman’s Egyptian Theatre, y sigue cautivándonos, enganchándonos desde el primer momento de visionado. Antes de escribir este artículo, observaba en los archivos de la Academia norteamericana, las imágenes de Chaplin recogiendo su Oscar honorífico en 1972. Ver recoger ese Oscar, te hace plantearte el peso enorme de esa estatuilla calva,y pensar que a veces debe de adelgazar una barbaridad cuando es recibida por otros. Cosa de los premios.