La ciudad ha enterrado esta semana a uno de sus hijos. Un ciudadano normal, tan sencillo como cualquier otro, pero con la encomiable profesión de bombero o lo que es lo mismo, personas capaces de poner su propia vida en riesgo para salvar la de otras que se encuentran en situaciones límites.
Tienen que pasar cosas trágicas cerca de nosotros para que nos demos cuenta de lo verdaderamente importante que es este trabajo y la del colectivo de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Son los bomberos hombres o mujeres, con una notoria carga de heroicidad que con suerte siempre vuelven a sus casas después de un turno que en ocasiones les genera salidas a complicadas tareas de salvamento que requieren experiencia y altruismo.
A José Gil, la desgracia le vino en forma de tormenta y agua. El agua, justamente la tradicional aliada en la extinción del fuego, fue la que sesgó su vida. Las maldades de una naturaleza que cada día insiste en demostrarle al ser humano lo increíblemente necio que es a la hora de castigar su propio planeta con los desperdicios que genera en forma de residuos contaminantes.
Igualmente, se está convirtiendo al mar en un basurero en el que cada año se arrojan más de 6,4 millones de toneladas de basura. Otro tanto ocurre con los planteamientos urbanísticos de muchas ciudades que no han tenido en cuenta el tradicional ciclo del agua desde que precipita hasta que regresa al cielo. Decía la activista americana Terry Swearingen que “vivimos en la tierra como si tuviéramos otra a la que ir”, frase que contrasta con las noticias de esta semana de que científicos encuentran agua en el subsuelo de Marte.
Curioso el contraste de la condición humana: grandes corporaciones de personas sin escrúpulos a la hora de aniquilar la tierra que nos aloja frente a la sencillez de seres que mueren cuando van a ayudar a otros en momentos en los que la naturaleza se rebela con la queja de los daños que está sufriendo desde sus entrañas.
Verdaderamente, en mi opinión, Antequera que está demostrando estos días ser una ciudad colaboradora en las desgracias de las poblaciones vecinas bien merece tener uno de sus espacios dedicado a José Gil, un vecino ejemplar que no pudo volver con los suyos en aquella aciaga noche de agua descontrolada y embravecida.