Este último domingo del llamado tiempo ordinario, es celebrado como la solemnidad de Cristo Rey. Es el colofón que la Iglesia quiere dar todos los años a la contemplación de la vida de Nuestro Señor, a través de las escenas evangélicas dominicales. Después de verlo nacer, de contemplarlo en su vida oculta con las poquísimas noticias que tenemos de ese tiempo, y de verlo durante los tres años de vida pública que concluye con su exaltación en la Cruz y posterior muerte, Resurrección y Ascensión, lo único que nos queda es aclamarlo, exaltarlo como Rey.
Siempre se nos puede meter en la cabeza que ese título es al estilo humano. El mismo Jesucristo tiene que aclarar que su reino no es de este mundo. Ello no quiere decir que no tenga que ver con nosotros sino que no es un reino de poder, de dominio… (“sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos las avasallan” Mc.10, 42). Es un reino que “está dentro de vosotros” por lo que tiene mucho de libertad personal.
De una forma o de otra el Señor a lo largo de sus años de vida pública ha ido dándose a conocer, aplicando su misericordia, manifestando su amor a los hombres. Ha sido una constante búsqueda de la respuesta libre del hombre a la pregunta “¿quieres que reine en tu corazón?”
Así se lo manifestó a Pilato en uno de esos momentos de la historia que podríamos llamar claves: Jesucristo se manifiesta como rey; Le aclara que su reino no es de este mundo, dándole a entender que no tiene que ver con el dominio que realiza el mundo romano sobre el resto; y le toca la inteligencia para que piense con profundidad al hablarle de la Verdad. Parece que Cristo le está diciendo con otras palabras “¡déjame reinar también en tu corazón!” Pero Pilato, preocupado por otros afanes, por otras preocupaciones se desentiende al retirarse dejando en el aire la pregunta clave. Ay si se hubiera quedado para oír la respuesta de Jesucristo.
Nosotros también debemos sentir en nuestro interior esa petición de Cristo: “déjame reinar en tu corazón”. “Yo que te he creado a mi imagen y semejanza quiero mantener esa imagen en tu interior mediante un reinado apacible, misericordioso, de amor”.Dejar que Jesús reine en nuestro corazón, en nuestra vida, significa rezar con verdad el Padrenuestro, aceptando que se haga su voluntad y no la nuestra, supone vivir cada domingo como un día en el que el encuentro con la persona que me ama sobre todas las cosas se hace realidad.
Pero como mencionábamos antes, siempre está nuestra libertad por medio. Nunca nos va a forzar. Él nos ha creado libres y quiere que nuestra respuesta sea la correspondiente. Una respuesta en la que reconocemos a Jesús no sólo como hombre sino también como Dios. En este mundo en el que la libertad va tomando significados o ámbitos de acción algunas veces confusos, Dios vuelve a salir a nuestro encuentro con las manos extendidas pidiéndonos la limosna de nuestra respuesta. Unas manos que nos muestran el agujero de los clavos que libremente acepto sufrir. ¡Así se nos presenta nuestro Rey!No es difícil dar una respuesta afirmativa cuando se conoce a quien la pregunta. Precisamente es decir sí a la Verdad, a esa Verdad que Pilato le dio la espalda; a esa Verdad que tantos y tantas le han dicho que sí a lo largo de los siglos, como celebramos el primero de este mes. Y es un sí que se debe actualizar a diario en el transcurso de nuestras tareas. Sin distraernos, sin dejar de hacer lo que tenemos que hacer según nuestra situación personal, le decimos que sí, que queremos que reine en mis pensamientos (para que todos estén siempre iluminados por su Luz), en mi voluntad (para que se asimile a la suya) y, en definitiva, en todas nuestras potencias.