martes 26 noviembre 2024
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Párroco de Santiago

“¿Usted no estuvo de párroco en Santiago?”, me ha preguntado una señora. “Sí, le dije”. Y ese mínimo diálogo me ha llevado a recordar que a los 5 años de mi primera misa cantada en el Colegio de San Francisco Javier-La Salle, me nombraron párroco de la parroquia de Santiago en Antequera.

 

Por aquel entonces, supe que la iglesia de Santiago nació como ermita a las afueras de la ciudad. Y que más tarde consiguió el privilegio de tener el Santísimo. Y que en el siglo XVIII vio cómo se le levantaba la fachada que hoy posee. Fachada que se fusiona con la airosa espadaña y que se abre en una especie de capilla-tribuna a la plaza y su fuente. De ese conjunto, el gran conocedor de la riqueza arquitectónica de nuestros templos y ciudad, don Jesús Romero, recuerda sus reminiscencias mudéjares. 

 

El templo de Santiago tiene una sola nave que conduce al bello camarín barroco de la Virgen de la Salud. Y en Santiago, yo me sentí sucesor de don José Sánchez Platero, quien por animar al Barrio ayudó a crear hasta un equipo de fútbol que jugaba en un campeonato local; de don Diego Franco, quien se desvivió, junto con un grupo de feligreses, en socorrer a los más necesitados; y de don Antonio Gil Velasco, quien llegó a hacer un estudio sobre los esclavos que aparecían bautizados en los libros de bautismo de algunas parroquias de Antequera, en el que consta –si la memoria no me falla– que el último esclavo bautizado fue en1743.

 

En Santiago solo estuve un curso, pues a los nueve meses don Ángel Herrera me envió a Venezuela, ya que la diócesis tenía un compromiso de ayudar a aquella Iglesia, escasa en sacerdotes, y para allá partí.

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