Recojo el correo y presente en él, El Sol de Antequera. Sonrisa en mi rostro. Esta semana viene lleno de mensajes nómades. Portada llena de maletas y en medio de ellas emergiendo, un Cristóbal Toral, feliz de este viaje. Se halló Toral, mirando a su infancia, con un parque natural que va a definir su retina sin pedirlo.
Naturaleza indómita, real cercana, la que él percibía con los cinco sentidos. Pájaros que atravesaban rasantes los límites de su mundo de niño. Piedras enormes fuertes resistentes al agua y al sol como Cristóbal. Montañas lejanas que podía tocar con la mano y con sus pinturas. Trazos redondeados primeros, naturaleza viva. Árboles como cobijo de sombras y luces y piedras. Estrellas mirando la noche, luceros en medio del frío de las sierras.
Trazos dibujados en papel. Firmes y contundentes, como la voz del maestro que explica y cuenta que comparte y proyecta. Maestro de todo, genio despierto a la vida y al color. Admiración del viajero Cristóbal que guarda maletas a espuertas, en contenedores en naves desbordadas de viajes, de tránsito, de imaginación.Bajo un chozo dormía, en un chozo habitado de su niñez soñaba con traspasar horizontes absurdos incluso. Carboncillo en mano, pincel en mano como una prolongación aventurera de su arte. Memoria y deseos. Secretos guardados entre las hebillas resbaladizas de las grandes o pequeñas maletas habitáculos de sueños realidades conseguidas. Tránsito y obsesión.
Envoltorios de cajas. Cartones vivos, suspendidos en el tiempo y en el espacio. Atados y libres. Realismo, hiperrealismo. Todo se convierte en historia de su arte, de su expresión artística. Maletas llenas de felicidad y agua. De soledad y compañía de incomprendidos pensamientos. Azules o blancos lienzos, dejados caer en sillones desvencijados o camas de hotel, siempre la impaciencia del viaje, del pasar continuo de la inquietud del cosmos.