Siempre dejamos pasar tiempo ante la noticia desagradable y hacemos un continuo esfuerzo para minimizarla, nos andamos con listeza para tratar de almacenarla en los recuerdos que no nos causen dolor. Es cierto que pretendemos a toda costa que un indigente no nos produzca el menor sobresalto. Pero está tendido, sin vida, en una acera de nuestra ciudad, donde la única señal de su cubierto cuerpo son una zapatillas deportivas que, además, sería su único calzado, es la cruda realidad y un azar nefasto que se ha cebado en él.
Todos los lavamos las manos con más astucia que Pilatos para que no quedemos identificados. Pero lo cierto, es que la falta de decisión y coraje nos ha tenido parados y casi mudos, ante la burocracia del desacuerdo e incomprensión, que mantiene cerrado a cal y canto en Centro de Transeúntes. Este hombre acabó sus días en plena calle. ¿Qué igual pudo ocurrir en el Centro de acogida?
No hay la menor duda. Y es verdad que algunos prefieren quedarse en la calle por ese acusado sentido, erróneo o vital, de libertad que les lleva a compartir la soledad con el ruido, los árboles, los transeúntes y algún que otro animal que se cruza en su tortuoso camino. Precisan formar parte de ese paisaje urbano.Pero si necesitan cobijarse en las largas noches invernales; el Albergue nuevo, adosado a la Policía Local, no da señales de vida. No comenzó siquiera un estreno de inauguración. Y sólo abrió sus puertas para darle el visto bueno los voluntarios que tantos años prestamos servicio en el viejo. Después de esto ¿seremos capaces de comprar una Navidad?
Y encima nos dice el Papa que somos luces, estrellas de Navidad. Nos debe mirar con muy buenos ojos. O quizá sabiendo de nuestros errores nos anima a no volver a cometerlos. No hay dinero para pagar la Navidad que el Santo Padre nos invita a vivir; pero sí que hay razones, miles, para que sea un acto colectivo de amor y generosidad. Y es posible que si se abre El Centro de Transeúntes, sea más caritativa y cercana.