Nunca se me olvidará la mezcla de emoción y nerviosismo que, cuando era niño, me producía la llegada de los Magos cada año la noche del cinco de enero. Seguro que este recuerdo, que se hace más vivo la noche de la cabalgata, es parte del niño que siempre llevamos dentro. A los Magos va unida la estrella brillante que los guió hasta donde había nacido el niño-Dios. La Sagrada Escritura nos dice que se llenaron de inmensa alegría al ver la estrella.
Como nos explica Benedicto XVI en su libro “La infancia de Jesús”, los Magos se alegran, porque la luz de Dios ha llegado hasta su interior, hasta sus corazones; son conscientes de que han hallado lo que buscan y, a su vez, han sido tenidos en cuenta por Dios. Siguen al astro con una fe inquebrantable y llegan ante el niño Jesús y María. Pese a ser unas personas relevantes socialmente, no dudan en caer de rodillas y postrarse para adorar a Jesús.
Están rindiendo homenaje a un ser que reconocen como rey en sus diferentes dimensiones. Y a continuación tiene lugar el hecho que ha originado que los Magos traigan cada año regalos a nuestros niños en todo el mundo, es decir, hacen tres regalos a Jesús: oro, incienso y mirra, como todos sabemos. Estos regalos están cargados de sentido teológico. El libro de Isaías ya mencionaba el oro y el incienso como dones que los pueblos harían para alabar al Dios de Israel. El oro significa que quien lo recibe, Jesús, es rey.
El incienso indica que el destinatario es de naturaleza divina. La mirra, a la luz de las Escrituras, hace referencia a la muerte futura de ese niño, porque, tras morir Jesús, las mujeres fueron al sepulcro para impregnar de mirra el cuerpo sin vida de Nuestro Señor para que no se corrompiese y, así, evitar la muerte definitiva. Sabemos que no fue necesaria la mirra ya que, cuando las mujeres se dirigieron al sepulcro para realizar dicha unción, Jesús ya había resucitado.
Pero, de este modo, la cruz es anunciada con mucho adelanto en la adoración de los Magos por medio de la mirra. Vemos, pues, que los regalos de los Magos nos indican que su receptor es rey, es Dios y tendrá una muerte muy especial.
Los magos salieron, de algún modo, de aquella experiencia en Belén muy fortalecidos, porque, desde entonces, viajan todos los años por el mundo la noche del cinco de enero para entregar a los niños sus regalos. De esta forma, nuestros pequeños participan en un episodio de la infancia del niño por excelencia, el niño-Dios, el niño Jesús.